Número 67
39 y verdugos en brigadas para determinar y llevar a cabo la ejecución de saqueadores in situ . Aún así, surgieron “cuadrillas de malhechores que infestaban la ciudad”, con muchos de ellos disfrazados precisamente de sol- dados y de oficiales, y los mendigos proliferaron, refiriéndose así, entre los efectos del desastre, “la producción de muchos nuevos desheredados” (Lima, 2007: 51; Lousada y Henriques, 2007: 189). Reproduciendo la jerarquización social imperante, la reconstrucción de Lisboa se dio beneficiando, por supuesto, unas áreas y no otras. Y aun cuando se desarrollaron y aplicaron a partir de entonces nuevas técnicas de saneamiento y de edificación más seguras, las condiciones de higiene se deterioraron por años, las muchas ratas medraban a su antojo y se llegó a calcular en 40,000 y hasta 80,000 la cantidad de perros callejeros, que en jaurías recorrían las calles inmundas y malolientes, reconocidos por su uti- lidad para devorar los desechos tirados por la gente (Lousada y Henriques, 2007: 187-189). Los robos mismos se habían multiplicado por la cantidad de criminales que huyeron de las prisiones colapsadas. Pero regresando a los recientes terremotos mexicanos, ¿qué sucede cuando los saqueadores están en el poder y aquello que está en proceso de colapso no son solamente casas y edificios? ¿Qué se pone en evidencia cuando quienes debieran canalizar y distribuir recursos públicos de ayuda medran a su antojo intensificando el efecto del desastre al despojar a las víctimas mismas, desviando los recursos aportados por el mismo pueblo en su exclusivo beneficio o peor, como medios para seguir capitalizando políticamente la miseria y naturalizando la exclusión? “Las ruinas de Lisboa”, grabado alemán de J.A. Steislinger, 1755. Museo de la ciudad de Lisboa. Fuente: http://books.openedition.org/pup/docannexe/image/7246/img-7.jpg 97
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