Número 67
31 33 La mara salvatrucha representa un caso paradig - mático por su tenor expansivo supranacional, apo - yándose en las coordenadas migratorias y los espa - cios y redes virtuales. No es casual que hayan surgido otras “maras” con claves multinacionales o locales en Guatemala, Nicaragua, Honduras y México. La “mara”, dicen algunos, no es más que la palabra que designa a “la gente alborotadora”. Otros dicen que es una abreviatura de la marabunta, figura simbóli - adolescentes y jóvenes entre los 10 y 25 años a nivel nacional a fines de los noventa reveló que:, 35% fue objeto de violencia dentro del centro de estudios o a la salida del mismo, el 29 % fue agredido en la calle 15 % fue golpeado en discotecas [http://www.lana - cion.com.ar/suples/enfoques/980419/en-03.htm ] ca que congrega los sentidos fuertes de masa, caos y violencia depredadora. Sea como fuere, la “mara” condensa en el imaginario social construido por los grupos de poder los atributos de la degradación, el peligro, la violencia, la suciedad, el estigma del tatua - je visible y la gestualidad transgresora. Las barras bravas futboleras y sus crónicos des - bordes revelan simultáneamente los señas tanto de su extracción popular como la violenta visibilidad de los jóvenes. Las barras bravas van construyendo una violencia ritual que transita del espectáculo futbóle - ro al barrio y los espacios públicos sin precisar lími - tes. La horizontalidad de esta violencia tiene muchos relatos: canciones, porras, graffitis que ratifican la identidad a costa de la negación racista y escatoló - gica del otro. En la Argentina, la canción del inodoro
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=