Número 67

17 19 rrar” a la suciedad y a la mierda. Y esto es reiterativo. No nos extrañe por ello que aparezca en otros rela - tos literarios o no. Excepcionalmente, el cine, gracias a Luis Buñuel y su película Los Olvidados [1950], inau - gura una veta crítica del higienismo burgués a partir del caso mexicano, apoyándose en los jóvenes pan - dilleros capitalinos, para retratar la cara oculta de los bajos fondos, es decir, para dar cuenta del subsuelo de su pretendido “milagro económico” . Tiene razón Carlos Feixa cuando recupera el valor crítico de la obra de Buñuel no sólo frente al relato fílmico hegemónico, sino de cara a los olvidos cómplices de la literatura y de las ciencias sociales, así como de los estigmatizantes y criminalizadores reportes periodísticos u oficiales [Feixa, 1993:155]. Quizás deberíamos marcar una excepción. Nos refe - rimos a la narrativa de José Revueltas, que aunque no se centra en los jóvenes marginales de la ciudad, nos presenta con filosa ironía narrativa el más cru - do cuadro de los muchos submundos de la Ciudad de México y sus heterogéneos protagonistas, des - tacando los dramas de los militantes de izquierda en la “madriguera enajenante” [Fuentes, 2001:259 y ss ]. En nuestro continente las muchas mutaciones y rostros del viejo topo, han generado una serie de relatos correspondientes a diversos géneros acerca de este universo cambiante de lo bajo y lo escato - lógico de nuestros órdenes sociales. Éstos, sin lugar a dudas, han poblado el imaginario y la cultura polí - tica del siglo xx y del que ahora comienza, pero no han sido objeto de un análisis crítico y comparado de sus alcances más allá del campo estrictamente estético literario. Veamos otro ejemplo de la narrativa contempo - ránea que da cuenta del olor y filiación étnica de los bajos fondos de los espacios residenciales de nues - tras burguesías urbanas. Nos referimos al cuento El Árbol , de Elena Garro. Así escribe: “Su miseria produ- cía náuseas. Su olor se extendió por el salón, invadió los muebles, se deslizó por las sedas de las cortinas. ‘Basta con olerla para que esté uno castigado’, había dicho Gabina, y era verdad. Martha la miró con asco” [Garro, 1987:136]. Pero en este relato, ¿quién es el que percibe y significa el olor del otro? Es Martha, la aristocrática patrona que se imagina sentir una conmoción olfativa: Estaba turbada por la repugnancia que le ins - piraba la india. “¡Dios mío! ¿Cómo permites que el ser humano adopte semejantes actitu - des y formas?” El espejo le devolvía la imagen de una señora vestida de negro y adornada con perlas rosadas. Sintió vergüenza frente a esa infeliz, aturdida por la desdicha, devora- da por la miseria de los siglos. “¿Es posible que sea un ser humano?” Muchos de sus fa - miliares y amigos sostenían que los indios es - taban más cerca del animal que del hombre, y tenían razón [Garro, 1987:137]. Estas ficciones literarias cobran mayor verosimi - litud al ser confrontadas con los testimonios de los migrantes indígenas a las ciudades latinoamericanas. Al respecto, Rigoberta Menchú rememora que al migrar a la ciudad de Guatemala y emplearse como sirvienta en la residencia de una familia de terrate - nientes absentistas, las marcas culturales de lo sucio le resultaron realmente opresivas e infamantes. El cuarto que le asignaron para dormir a la joven Rigo - berta era un depósito de cosas viejas o en desuso, así como el lugar “donde guardaban también la basura ”. Recuerda que: “se sentía muy marginada. Menos que el animal que existía en casa” , comiendo “sobras” y siendo compulsivamente convertida en objeto y agente de limpieza de lo bajo [Burgos, 1992: 118]. Excepcionalmente los relatos literarios son ex - plícitamente atravesados por un uso sostenido del simbolismo y lenguaje escatológico que marcan iró - nica y lúdicamente a los personajes, sus lugares e interacciones. En tal dirección, sobresalen dos no - velas peruanas, El escarabajo y el hombre [1970] de Oswaldo Reynoso y la más conocida en el ámbito la - tinoamericano, El Zorro de arriba y el zorro de aba- jo [1971], de José María Arguedas. En esta contro -

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