Número 67

15 17 que permean las relaciones sociales [Vigare - llo, 1991:16], así como las propias acerca del hedor poseen un indisputado referente olfa - tivo de restringido alcance semántico como los olores en general [Sperber, 1988:145]. Recordemos que, en general, el higienismo bur - gués como discurso, política y programa de desarro - llo no fue ajeno a la construcción cultural de la pesti - lencia y la suciedad del pobre y de sus lugares en las ciudades o en el campo [Corbin, 1987], como tampo - co lo fue nuestro higienismo oligárquico y posoligár - quico al configurar análoga imagen sobre el migrante rural y particularmente sobre el indígena y el negro en América Latina. La ideología higienista moderna, a través de muchas vías y entidades que van más allá del campo educativo, proyectó su control sobre los lenguajes corporales, la oralidad y la escritura. En el ámbito escolar, no pocas veces el higienis - mo se engarzó autoritariamente con el ritualismo cívico y la idea de patria. Un caso ilustrativo es el de la escuela de Villa Crespo, situada en un barrio mar - ginal de migrantes europeos de la ciudad de Bue - nos Aires, en 1921. El simbólico acto de obligar a los alumnos a raparse la cabeza y ponerse una corba - ta con los colores de la bandera argentina fue más allá de la intención higienista de despiojarlos. Este evento escolar evidencia: [. . . ] una condensación simbólica porque funciona por metonimia: hay un desplaza - miento del discurso patriótico a las cabezas de las personas, hay un desplazamiento de las cabezas consideradas conceptualmente como el lugar que la escuela tiene que mo - dificar, enriquecer, estructurar y preparar, a las cabezas consideradas físicamente. Nos desplazamos de cómo se forma (idealmente) una buena cabeza a cómo se forma (mate - rialmente) una buena cabeza y, en ese pasa - je, aparecen las tijeras del peluquero [Sarlo, 1997:3]. Si desde la escuela pública de un barrio misera - ble lo limpio (el corte de pelo) y lo alto (la cabeza) se exhiben patrióticamente en la capital argentina bajo el irigoyenismo populista, en Chile lo blanco conden - sa los atributos del futuro nacional según lo reme - mora el comentarista del artículo de Beatriz Sarlo. Bernardo Subercaseaux dice al respecto: En Chile, en la misma época, nos hemos en - contrado con un acto de tremenda brutali- dad estatal: los concursos de “guaguas”, de bebés, promovidos por el Ministerio de Edu - cación, en los que premiaban a las “guaguas” más blancas y rubias, que en las escuelas públicas era como encontrar una aguja en el pajar. Eso era aceptado. Es decir, lo que estaba operando allí era un paradigma racial [Subercaseaux, 1997:8]. Los modos públicos de expresarse y comunicar - se no escaparon al sostenido proyecto higienista de nuestras oligarquías nativas. Había que limpiar la co - municación de impurezas y excrecencias múltiples en países donde el multilingüismo y la multicultura - lidad tenían y mantienen un tenor relajado predomi - nantemente popular, plebeyo y, por ende, para el mi - rador de las élites, proclive al desorden y la suciedad. Nuestras sociedades fueron construyendo una nor - mada dimensión pública de lo impronunciable y lo inexpresable. Las “palabras sucias” y los “gestos co- chinos” quedaron confinados al submundo de lo bajo y lo escatológico. Más estereotipadas son las mane - ras en que las metáforas sobre el habla y la razón, no burguesas ni letradas, siguen siendo estigmatizadas. De modo que, la comunicación oral intercultural e interétnica revela la ausencia de una horizontalidad democrática al encajarle al otro los juicios estigma de hablar “al pedo” o “por el culo” , o el decir “naco” , “motoso” , “cantinflesco” . No se cuestiona sólo el ha - bla, sino el derecho a la racionalidad, cualesquiera que esta fuere, o ¿es que se piensa que existe una sola racionalidad y una sola norma lingüística? Un

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