Número 67

50 mientos fuesen discutibles, y no lo hizo solo: medió en ello una “consonan- cia extraordinaria de propósitos con los técnicos que lo rodearon” (Murtei- ra, 2007: 405). La clase política mexicana es hoy, en cambio, parte orgánica de la estructura damnificadora que ella misma genera y reproduce. Y esa damnificación estructural no sólo impulsa, por ejemplo, la construcción de conjuntos habitacionales por encima de la capacidad constructiva de las zonas y de la capacidad de dotación de infraestructura, equipamiento, mo- vilidad y agua potable (Dávila, 2017b: 10): su magnitud es mucho mayor, ocupando diversas dimensiones de la vida social. Recordando al antes citado Newitt cuando señalaba que en los “desas - tres naturales mayores” surgen oportunidades para quienes tienen la inicia- tiva de “usurpar funciones gubernamentales”, si la verdadera participación social genera nerviosismo e inquietud entre gobernantes y funcionarios es precisamente porque su rasgo característico y definitorio es su carácter subversivo (Wolfe, 1977); se entiende así la figura construida e impulsada del damnificado pasivo, de aquel que no debe “usurpar funciones guberna- mentales”, en correspondencia, isomórfica, con la figura del subciudadano (Souza, 2003; Santos y cols, 2013). El Estado no tolera que se usurpen sus funciones, cuando el usurpador sistemático de la democracia y en bien co- mún es el mismo Estado. ¿Tiene ello una dimensión epidemiológica? Se trata de vasos comunicantes, cada cual abrevando de la misma fuente. Y si como plantean de Almeida y Barreto, …desde el punto de vista metodológico, el objeto de la epidemiología ha sido construido a través del concepto de riesgo, y el concepto epidemiológico de ries- go implica relaciones de ocurrencia de salud-enfermedad en masa, involucran- do a un número significativo de seres humanos, agregados en sociedades, comu - nidades, grupos demográficos, clases sociales y otros colectivos humanos (2012) nos encontramos entonces ineludiblemente con esa dimensión, cuando en síntesis se trata de “los agravios a la salud” que hoy forman parte de los desafíos de la epidemiología social (2012: 449; 383 y ss). Abordemos por ello brevemente ciertos elementos estadísticos de rele- vancia para México en términos generales y en particular de morbimorta- lidad. Así, aunque es digno de mención que en el registro de las 20 causas principales de morbilidad reportadas para 2014 no aparece ninguna pato- logía que remita explícitamente al ámbito social o psicológico, no se ha observado en los últimos 30 años una disminución significativa en las prin - cipales enfermedades transmisibles, en tanto que las crónico-degenerativas se han incrementado de manera sostenida; y si la obesidad, que antes no se registraba, pasó al décimo lugar en 2014 (Soto-Estrada y cols, 2016: 16), la desnutrición protéico-calórica siguió figurando en todo el país como una de las diez principales causas de muerte (ob. cit. p. 21). En tanto, la cantidad de médicos por cada mil habitantes pasó de 1.6 en el 2000 a 2.2 en 2012, cuando la recomendación actual de la OCDE en este rubro es de 3.2, al tiempo que la proporción de enfermeras pasó en ese lapso de 2.2 a 2.6, contra la recomendación de 8.8 por cada mil habitantes, todo ello sin tomar en cuenta además la desigual distribución de personal, que por ejem- plo para el estado de Chiapas y de nuevo en promedio era de 0.7 médicos por mil habitantes en 2006; a su vez, el Estado aportó solamente el 3.1% del PIB 108

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