Número 65
44 45 el caso específico de los denominados riesgos hi- drometeorológicos, los cuales son considerados como agentes perturbadores que se generan por la acción de los agentes atmosféricos como: “ci- clones tropicales, lluvias extremas, inundaciones pluviales, fluviales, costeras y lacustres; tormen- tas de nieve, granizo, polvo y electricidad; hela- das; sequías; ondas cálidas y gélidas; y tornados” (CNPC, 2016: 4). Todos estos vinculados automá- ticamente a la contingencia, a la proximidad de un daño; el peligro, amenaza y a la posibilidad de que ocurra una desgracia o algo indeseado o sufrir un daño. Aunque hay que decir que estas mismas concepciones están mezcladas entre las definiciones climáticas y meteorológicas que ex- plican condiciones del tiempo y atmosféricas que en si mismas tienen un sentido. De esta forma las concepciones sobre estos riesgos revelan una naturaleza externa, inmuta- ble y peligrosa, sumamente sedimentada en tanto en las notas periodísticas y en algunos estudios académicos y gubernamentales. De esto se puede colocar una gran cantidad de ejemplos, como las narrativas producidas sobre el huracán categoría 3, 5 Isidore del 2002 que generó una marea de tor- menta mayor de 3 milímetros de precipitación de lluvia y provocó inundaciones en las zonas cos- teras, o la depresión tropical número 11 de octu- bre de 1999 que causó precipitaciones mayores a los 441 milímetros en 24 horas en Puebla y que según el argumento oficial tanto de gobierno fe- deral como del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) produjo deslizamientos de tierra (los cuales son un efecto indirecto de los ciclones tropicales) en Teziutlán y la conse- cuente pérdida de vidas humanas. Sin embargo, hay que advertir que los sismos no ocurren en un espacio neutro, como la lluvia nunca precipita en un territorio vacío, sino en uno organizado, polí- tica y económicamente. Un punto que considerar es que han existi- do amplias disertaciones ya desde siglos atrás como las Jean-Jacques Rousseau y François-Ma- 5 Los huracanes se miden por su nivel de intensidad de vientos y los daños que pueden causar, con base en la escala Saffir-Simpson. Van de la categoría 1 a la 5, la categoría tres se encuentra con una categoría de vientos intensos. rie Arouet y Voltaire que desde el siglo XVIII realizaron en torno a los desastres del terremo- to en Lisboa 1775, por los daños en la infraes- tructura de la ciudad y a la muerte de un gran número de personas, lo cual condujo a firmar a Rousseau que los desastres no son naturales y Voltaire aseveró que la gran mayoría de nuestros males físicos son obra nuestra (Arieta, 2011: 21- 25). Incluso las mismas discusiones en el siglo XX llevadas a cabo por Beck (2014), Luhmann (1999), Douglas (1996). Adicionales a las críti- cas a las visiones dominantes que Hewitt elabo- ró desde 1983 y Blaikie en 1994. Sin embargo, en muchas investigaciones actuales sobre riesgos, peligros y desastres ligados a las inundaciones y sismos se ven como “eventos naturales” regidos por leyes físicas (Castree, 2001: 6). Empero desde nuestro punto de vista se debe partir bajo la concepción que la naturaleza, la cul- tura y política se encuentran entrelazadas (Ar- nold, 2001). En donde la conformación de la vida material, la apropiación y símbolos de ese mundo material depende de cada caso de las necesidades ya desarrolladas, y tanto la creación como la sa- tisfacción de estas necesidades es un problema histórico; así existe una naturaleza histórica y una historia natural (Marx y Engels, 1958: 47 y 83). Por consiguiente, el conocimiento e investi- gación científica que se realiza de los sismos o huracanes igualmente es parte de la producción social y cultura de la realidad. Por lo tanto, las definiciones de naturaleza son “inevitablemente producto de una visión del mundo propia de una edad, sociedad y clase particulares” (Arnold, 2001: 171-172). Aquí las relaciones de poder en- tre países, universidades y centros de investiga- ción tienen una expresión en cómo se produce el conocimiento denominado “natural” y cómo se define y clasifica. Esto, en absoluto no resul- ta una negación de la realidad material –que se denomina natural- árboles, ríos, animales, hu- racanes, sismos. Al contrario, estos elementos son posibles en sus formas y funciones, en los contextos sociales, económicas, culturales, téc- nicos y científicos específicos; así la naturaleza es un producto histórico. Por lo tanto, el mismo “pedazo” de la natura- leza –como la selva amazónica– tendrá diferen- tes atributos físicos y consecuencias para las so- ciedades, dependiendo de cómo las sociedades usan. En este sentido, las características físicas de la naturaleza están supeditadas a las prácti- cas sociales que no son fijas (Castree, 2001: 13). De ese modo, no existe nada a priori antinatu- ral en las ciudades, pueblos, o en las presas, los sistemas de riego. Al contrario, es una naturale- za social e históricamente producida, tanto en términos de contenido social como de cualida- des físico-ambientales (Swyngedouw, 2009: 56). Bajo estas mismas consideraciones el riesgo, es un producto social, dado que como menciona Beck (2010) el concepto es evidentemente mo- derno y su primer uso conocido, según el diccio- nario Merriam Webster, fue aproximadamente por 1661 (Merriam, 2015). Entonces se puede sostener que éste como los demás conceptos son históricos y políticos; tiene una intención y fun- ción en distintas escalas en la sociedad actual. En todo esto el espacio y el tiempo son fun- damentales en las formas como se expresan y entienden los riesgos, resultado del proceso histórico-político. Los espacios y tiempos del riesgo y desastre estarán ampliamente vincula- dos a la idea de naturaleza que se exprese en la explicación de los desastres. Para esto hay que tener presente que el espacio es una producción social que se puede comprender bajo: la prác- tica espacial, las representaciones del espacio, los espacios de representación. La primera de- signa tanto las acciones y prácticas como: “los flujos, transferencias e interacciones físicas y materiales que ocurren en y cruzando el espa- cio para asegurar la producción y la reproduc- ción social”. Las segundas: “son todos los signos y significaciones, códigos y saberes que permi- ten que esas prácticas materiales sean posibles y comprendan” (Lefebvre, 2013: 133-150). Ellas van desde el conocimiento popular y comuni- dades, hasta los enrevesados argumentos de las disciplinas académicas, las cuales forman par- te de las prácticas espaciales; en esto la planea- ción, la definición de los fenómenos “naturales” o en el caso de los riesgos hidrometeorológicos (ciclones tropicales, lluvias, inundaciones, tor- mentas, granizo, heladas, sequías, ondas cálidas y gélidas, y tornados), forman parte de las re- presentaciones del espacio y por supuesto son al mismo tiempo parte de las prácticas espaciales. Los espacios de representación igualmente se encuentran entrelazados con las dos anterio- res, son los códigos, signos, “discursos espacia- les”, espacios simbólicos, que imaginan nuevos sentidos o nuevas posibilidades de las prácticas espaciales, como ambientes construidos espe- cíficos, cuadros, museos, entre otros (Harvey, 1998: 244). En el caso específico de los riesgos y desastres los modelos que se producen para calcular los niveles y formas de precipitación de lluvias, los modelos estadísticos para el clima y los sismos, entre otros. En esta forma, la producción social del es- pacio y el tiempo, no son neutrales, ni vacíos. Todos estos se definen en el contexto económi- co y social en donde se construye. En el caso del capitalismo, el espacio-tiempo se producen en general bajo una dirección de generación de ganancia que se concretiza de forma diversa en el planeta. No obstante, esto no difumina ni desaparece las diversas formas de apropiación del espacio y del tiempo, puesto que, se puede advertir nuevos significados para las viejas ma- terializaciones del espacio-tiempo y apropiacio- nes del espacio muy antiguas y modernas que conviven (Harvey, 1998). En esa dirección los riesgos y desastres poseen una expresión territorial, una localización y son producto de las condiciones concretas en que se ha construido la naturaleza: el espacio social. En donde el territorio es siempre una dimensión po- lítica del espacio: un recorte espacial del espacio social en el contexto relacional de los espacios (Moreira, 2011: 96-97). En esa dirección la for- mación de un territorio es una fragmentación del espacio (Raffestin, 2013). Por lo tanto la región, el territorio, la tierra, los terrenos (Elden, 2010), el terruño y el paisaje, formaran categorías nece- sarias para descifrar las complejidades en la for- ma cómo se construyen el riesgo y los desastres
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