Número 65
136 137 ser blanco de una bala perdida, un estrés adhe- rido de manera permanente en el cuerpo, temor de viajar a la capital del estado o al centro eco- nómico más cercano (Iguala de la Independen- cia) que se debe hacer en horas “convenientes o convenidas”, son sólo algunos de los sentires cotidianos que se ajustan o adaptan a la sobre- vivencia. Estar ahí unas horas, unos días y ver la alteración sufrida en las dinámicas familiares también ha llevado a que algunas viviendas ha- yan sido modificadas y ahora tengan adaptacio- nes al tamaño de las circunstancias, por ejemplo, en lugar de ventanas con vidrios convenciona- les se cuenta con vidrios blindados o han sido sustituidos por placas de acero, igual sucede con puertas y zaguanes o con la construcción de pa- redes perimetrales que antes eran sólo muros de piedra sobrepuestos o alambre de púas ahora son de tabique reforzado, muy altas, gruesas y con protecciones de hierro o puntas para reducir los riesgos de intromisiones sorpresivas. Otros impactos tienen que ver con la pérdida de los saberes del pueblo, la cultura, la cosmo- visión que inevitablemente trastoca la identidad comunitaria y tradiciones. Se van mermando len- tamente y una buena parte del conocimiento te- rritorial, sobre cosas fundamentales que las y los campesinos conocen -nombres de árboles, ani- males, plantas medicinales, parajes e incluso de la agricultura-, van cambiando de relato, van en- contrando distintos afectos y menos necesidad de compartir el conocimiento con los m á s jóvenes. No obstante, a ú n quedan resquicios en don- de los recuerdos comunitarios florecen cual día después del primer aguacero. Un campamento a la intemperie rodeado de encinos y piedras cali- zas en el que recuerdan cómo era vivir antes de la mina, a tal grado que sus memorias les dictan la manera de estar ahí, en donde deben encon- trar confort porque saben que la lucha contra la empresa no es fácil ni la solución pronta. Ahí improvisan sanitarios con techo de palma de la zona, acomodan su fogón con lodo y rocas, las canastas de palma o de varas recién hechas pen- den de los árboles y se van llenando de comida u ollas y utensilios de cocina, empiezan a llevarse a las mascotas porque no se pueden quedar en el pueblo que ha quedado vacío y sin oportuni- dad que ahí alguien les de comer. La mesa agra- ria organiza la renta de luminarias y empiezan también a llegar aparatos de sonido, televisores y refrigeradores hasta trasladar por completo su vida al campamento. Es impresionante ver de nuevo a las y los niños corriendo sin que nadie tenga miedo de que les pase algo malo. Las y los doctores preparan ya un largo kit de ampolle- tas anti-alacrán, porque ya saben que ese será lo urgente durante los próximos meses en los que se tenga la disputa en contra de la empresa. Jus- to entonces tal cual retorno de alguna leyenda, Carrizalillo existe de nuevo como en su origen, previo a la llegada de la minería a cielo abierto. Por su parte, la empresa apuesta a lo de siem- pre: el desgaste, la confrontación y la organi- zación comunitaria. Reza porque la naturaleza corra a los ejidatarios después de pasar por las lluvias intensas y el frio, que los insectos aca- ben de masacrar sus cuerpos, que la incomodi- dad del estar bajo una lona los vaya menguando hasta que la resistencia se agote. El pueblo, tal cual, floreciente se encuentra, regresa a lo que era y festeja de mil formas los cumpleaños que conforme avanza el tiempo parece no acabarán nunca. El 15 y 16 de septiembre organizan una cena con antojitos tradicionales -a las afueras de la puerta 4 de la empresa-, en donde parti- cipa toda la comunidad, mientras el Comisario, responsable de dar el grito de independencia, hace referencia a la lucha del pueblo contra la empresa Equinox Gold y, por supuesto, conclu- yen la fiesta con baile. Y así transcurren los días mientras que por las tardes se escucha el barullo de varios jugadores que pasan horas y horas ju- gando el deporte por excelencia de Carrizalillo; la baraja. Cuando llega el tiempo de celebrar a las y los fieles difuntos debajo de los encinos aparecen las ofrendas, el olor a copal, las fotos de quienes desde su cosmos ven nuevamente a sus parien- tes en resistencia, sin que nosotros dejemos de imaginarnos que llevan una sonrisa de gusto. Llegan los tamales nejos o de ceniza y el bendito mezcal, el cual nos atrevemos a decir que es el mejor de todo Guerrero. Entonces sucede lo ini- maginable, la empresa empieza a ver que todas sus maniobras y argucias legales e ilegales, cho- can con la persistencia y resistencia de la vida comunitaria campesina. No hay manera de que la empresa logre encontrar eco en las y los “tes- tarudos” ejidatarios. Su lucha es simple, que la empresa cumpla los acuerdos de sus convenios y que los trate con respeto. Todos los emisarios municipales, estatales y federales de la empresa fracasan ante la orga- nización que, en vez de debilitarse con el paso de los meses, cada día se ve más fuerte. Lle- gan hordas de apoyos de otras comunidades, al igual que de trabajadores y también de subcon- tratistas quienes pensamos ven en la lucha de Carrizalillo una pequeña luz de lo que también ellos quisieran hacer, pero que no encuentran la forma de manifestarlo de forma masiva. Toros, chivos, marranos, fruta, pan, agua, son muestra de lo que diario llega al campamento. También reciben comunicados de solidaridad y cartas de felicitaciones por decenas de organizaciones na- cionales e internacionales para recargarles de energía y se den cuenta que muchos observan su lucha con atención porque los de afuera ya sa- ben que no es fácil pelearse con una multinacio- nal. La empresa no sabe qu é hacer con su fallida estrategia de apostarle al desgaste, menos sabe c ó mo actuar cuando se entera que por la noche la gente del campamento brigadea para salir de cacería como lo hacían hace 13 años, otros tan- tos, llegan montados en sus caballos los cuales paulatinamente han sido sustituidos por carros y camionetas. Los pendones aparecen y las dan- zas y bandas de música alegran cada paso que en colectivo se manifiesta. El cuerpo se cansa de tanta alegría y de tanta fiesta, pero no de acam- par, eso lo disfrutan plenamente. Cada minuto del día y de la noche se aprove- cha al máximo, porque sólo cuando uno contabi- liza el tiempo de forma común se da cuenta que han trascurrido meses enteros y que el cansan- cio inicial se ha ido totalmente. Sin duda Carri- zalillo está condenado a terminar como muchos otros pueblos mineros en México, pero mientras ello sucede, cada que la empresa los reta, salen de su marasmo y se revitalizan de tal manera que, no es exagerado decir c ó mo incluso fami- liares y paisanos que viven en EEUU se dan su tiempo e ir al ejido para vivir, al menos un rato, las añoranzas que reviven a pesar de estar en medio del caos. Lamentablemente en esta lucha tan asimetría para la población de Carrizalillo, la Covid-19 (SARS-Cov2) vino a reforzar a la empresa mine- ra. El 16 de mayo el gobierno mexicano decla- ra a la minería como actividad esencial y en un acto por demás irresponsable la empresa inicia el retorno de trabajadoras/es de otros estados y de otros municipios de Guerrero, y con ello la Covid-19 ingresa a las poblaciones vinculadas a las cercanías de la operación minera. Aunque la población refiere que la Covid-19 no es el peor de sus males, lo cual de alguna manera tienen razón, ha sido doloroso perder a varias/os de ellos con quienes convivimos en el campamen- to tantos meses juntos, planeando, peleando un convenio menos injusto y riendo los pormeno- res de cada día. Queda claro que se necesitan más elementos para doblegar a esta comunidad campesina si se le reta, se le discrimina y se pre- tende abusar más de lo que han tolerado, pero no nos queda la menor duda de que si el ejido decide mantener la lucha y acampar de nuevo ganará esa batalla, porque justo en eso momento vuelven a ser pueblo. La exigencia en el contexto de la mexicanidad. Fuente: Miriam Sanz (2020).
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