Número 61

69 toy diciendo que Trump no lo sea) sino, sobre todo, porque pone en evidencia la falsedad y la fragilidad del sistema al que representa. Porque es posible que, por fin, nos demos cuenta de que hemos estado sacrificando nuestra salud y nues- tro futuro por cristalitos brillantes. El coronavirus ha revelado toda la fragilidad de nuestros sistemas, que hasta hace poco pare- cían fuertes, imparables. De nuestros sistemas económicos, sanitarios, nuestros sistemas ali- menticios, de la logística y transporte. Una nueva normalidad Todos sentimos que el mundo no va a ser igual, que habrá un antes y un después. La actual pandemia no ha derribado ni va a de- rribar el sistema económico que fue parcialmente responsable de su alcance y magnitud; sin embar- go, el virus ya ha derribado uno de los principa- les pilares del mismo y a la vez uno de los prin- cipales obstáculos entre nosotros y el cambio, un obstáculo cognitivo: la creencia inconsciente en la normalidad y la estabilidad del mundo y la so- ciedad como los conocíamos. Hasta hace apenas unos meses, el público general era indiferente a las advertencias sobre los riesgos de un futuro ca- tastrófico como producto de nuestro ritmo y hábi- tos: todo sonaba demasiado abstracto, demasiado lejano a nuestra realidad. Ya habíamos escuchado que el cambio global provocaría huracanes, se- quías, hambrunas, sed, incendios, migración, gue- rras, epidemias . Sabíamos todo eso, lo habíamos escuchado mil veces, pero inconscientemente: no lo creíamos . ¿Quién que haya crecido y vivido en la comodidad de una gran urbe, donde el agua sale de la llave (y además caliente), donde se en- cuentra todo en un supermercado, donde nuestra basura desaparece de nuestras vistas cada martes y jueves y donde uno puede pasarse toda la tarde viendo memes en internet, quién hubiera creído que todo eso podía suceder realmente? ¿Quién hu- biera pensado desde la cima del monte Palatino que Roma alguna vez caería? Para quienes hemos sido lo bastante afortuna- dos para crecer en lo que han sido los últimos 75 años más pacíficos y estables de la Historia en al- gunos lugares del mundo (por supuesto que no en todos), que todo nuestro sistema socioeconómico pueda colapsar suena absurdo. Sencillamente no formaba parte de nuestra concepción del mundo. Y a la hora de plantearnos nuestras rutas de vida hacemos planes como si el mundo fuera a seguir siendo el mismo que en las últimas décadas. Eso es justamente lo que tenemos que hacer ahora: pensar en ese futuro sórdido cada vez que elijamos qué estudiar, en qué trabajar, dónde vi- vir, qué comer, cómo transportarnos y qué com- prar. Mientras más pensemos en ese futuro antes de actuar, más probabilidades tenemos de tomar las decisiones correctas y disminuir la magnitud de la catástrofe. Porque si bien la catástrofe ya es inevitable, quizás logremos aplanar la curva de la Crisis Climática, y cada acción cuenta. Nadie puede predecir cómo será el mundo después de esta pandemia. Nadie. Pero no se tra- ta de predecir si el mundo será tal o cual cosa. Somos nosotros los que determinamos ese futu- ro, con nuestras acciones y también con nues- tros silencios. Hoy se trata de darnos cuenta de eso. Cualquier cambio que podamos instaurar en nuestras vidas, vecindarios o comunidades que ayude a favorecer nuestra sustentabilidad ali- mentaria, acuífera y energética y a estrechar las relaciones con las comunidades de las que for- mamos parte es una acción afirmativa a favor de la vida, la comunidad y de un futuro mejor. Y este es un momento de oportunidad. El único ganador de la pandemia ha sido nues- tro planeta. Se estima que como resultado de ella, las emisiones de carbono este año podrían redu- cirse en 5% . Sólo en China, se redujeron entre 18 y 25% entre febrero y marzo. Desde que se desató la crisis por el coronavirus, no solo se han reducido las emisiones de gases carbónicos, sino también el consumo de electricidad y la con- taminación atmosférica se han reducido. A la Tierra, nuestro planeta, se le ha dado un respi- ro de nuestra sostenida actividad destructiva, y los animales vuelven a los espacios naturales, el agua se limpia y el cielo se aclara. El coronavirus ha logrado más por frenar la crisis ecológica que decenas de acuerdos multinacionales en las últi-

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=