Número 60

51 poraciones, se lo vendimos a la gente del pue- blo), sólo con ese dinero pudimos comer como 8 meses, pues el maíz lo teníamos, no teníamos que comprar maíz, pero además sembramos fri- jol y nos dio el frijol, sembramos ibes y se nos dieron los ibes, sembramos camote, sembramos macal, sembramos una serie de cosas que de por sí la milpa llevan, como el tomate, la cebolla, el melón, la sandía, todo eso le decimos en maya Pach Bacán o como el huerto de la milpa y nos da para comer… ah, pero no sólo eso: tenemos carne en la milpa, mucha carne y carne de cali- dad, hay jabalí, hay venado, hay pavo de monte, hay tepezcuintle, hay chachalacas, hay pájaros y tenemos calidad de carne y hemos comido carne, entonces lo que nos decía mi papá “si tú apren- des a cultivar para vivir no te van a esclavizar” pero además tenemos unos ganaditos también, ahí tenemos unos ganaditos y re bien, la pasa- mos de maravilla en el pueblo, entonces aun- que vengan, pues a ofrecernos comprar la tierra o vender la tierra, nosotros vamos a decir que no, pero la gente que va perdiendo su identidad pierde también su territorio: cuando perdemos esos valores, cuando perdemos esas creencias, cuando perdemos ese sentir y el cariño que le tenemos a la tierra, pues se lo regalamos a cual- quier cabrón que nos viene a robar aunque a ese robo le llamen bonito, le llamen “desarrollo”, le llamen “usufructo”, le llamen como sea. Entonces allí está parte del secreto de nues- tra vida, pero además esa relación con la tierra es una relación terapéutica también: nosotros no vamos a los psicólogos primero, porque no en- tendemos qué hace un psicólogo; disculpen si hay psicologos aquí, pero no estoy en contra de eso tampoco, es que pasa que cuando uno está trabajando en un espacio así no se estresa, o sea, no somos víctimas del menú, nosotros si hay frío nos levantamos un poco más tarde y no tenemos un patrón que nos carajee porque llegamos tar- de; no tenemos que meter nuestra manita y ya que nos lean la huella para saber si nos pagan completo o no; no, nos levantamos a la hora que querramos, es más, si no queremos ir ese día a trabajar, pues no trabajamos y comemos bien, comemos carne, comemos gallina, no hay ningún problema, tenemos esa libertad, entonces vamos a la milpa y no tenemos ese estrés de batallar con eso, y entrar en la milpa genera un sentimiento de esperanza cuando ves cómo el viento mece las mazorcas y las flores del maíz, o la espiga del maíz, cómo se va regando para polinizar, ¿pues qué estrés vas a tener?, está muy chingón, y de repente ves que sale corriendo el venado de la milpa, o el tepezcuintle, o el jabalí que está co- miendo calabazas allá. Digo, es terapéutico y dejamos la chamba a la hora que queramos dejarla, no vamos a ver cuán- to falta “híjole, este, me van a regañar si me quito temprano” no, dejamos a la hora que queramos dejar la chamba y regresamos, entonces nos hace bien lo que comemos, lo aprovechamos, no nos da diarrea porque no estamos estresados por eso, por hacer declaraciones de trenes que van. Entonces esto también genera una última cosa que quiero comentar, una relación spiritual; esto genera una relación espiritual lindísimo como fa- milia, como pueblo, y hemos aprendido que ésto que se logra no es el esfuerzo del capital, no es el desarrollo capitalista: ésto que se logra es una espe- cie de asociación entre nosotros con la lluvia, con el viento, con los animales, con el sol, con la noche, con la luna y con las estrellas, tan es así que hay un tubérculo que no sé cómo se llama en español, que sembramos y que nos sirve pues para comer, ya sea como dulce o igual se puede revolver con masa, le llamamos makal , no sé si tiene nombre en español. Con el makal pasa una cosa muy curiosa: ... la gente que va perdiendo su identidad pierde también su territorio...

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