Número 60

3 Editorial Para escuchar hay que guardar silencio S esenta números. Detrás de ello el trabajo y la expe- riencia de muchos compañeros, y un país, un continente y un planeta en con- tinua erupción: de ideas, conflictos, po- sibilidades, dolores y procesos en curso, que de- mandan cada vez menos espectadores y cada vez más involucramiento, agudeza y corazón. En tanto, estamos asistiendo al preocupante advenimiento de una autocracia presidencial, fincada en la descalificación sistemática de cual- quier observación crítica o de cualquier reclamo de coherencia básica. En ese marco, la participación social y la de- manda de interlocución adquieren carácter sub- versivo. Si ciertamente son de reconocerse me- didas pertinentes en varias áreas de gobierno, pasos a ser sin duda apoyados y compartidos, atestiguamos a su vez, sin embargo, la continui- dad de viejos hábitos impositivos, la práctica inamovible de inclinarse ante el capital, la desig- nación de legisladores dóciles e impreparados, el desprecio al diálogo y a la palabra empeñada, y el ejercicio de mantener en la estructura de gobier- no figuras representativas de la clase política de siempre, indigna y oportunista. En tanto, con todo y que hay quien sostenga lo contrario, los damnificados de siempre no ne- cesitan autócratas, ni tienen vocación de lacayos; si por un momento se interrumpe el flujo ince- sante de declaraciones de todo tipo, y su voz no es acallada con distractores pueriles, con reta- zos ideológicos o confesionales, sino escuchada guardando silencio, emergerá claro y firme un reclamo de justicia, de coherencia, de diálogo y de sensatez. Ya lo dijo el insumiso Lao Tsé, antes de la Chi- na de hoy, tan protagónica: el que habla no sabe, y el que sabe, no habla. De ahí la reflexión: eludir lo que incomoda, no incomodar al jefe por conservar el puesto, prote- gerle su pedestal, no contradecirlo, sacrificar el sentido común: en eso consiste hoy, precisamen- te, la práctica del negacionismo , del conservadu- rismo y de la inmadurez. Esa práctica excluye la única alianza imprescindible: la que debe enta- blarse con los damnificados de siempre, aunque no sean dóciles ni sumisos, aunque a pesar del embate pertinaz de los diversos aparatos de con- trol ideológico piensen, sientan, pregunten y se sostengan en resistencia. Esa es su misión y su papel histórico, porque ellos son el único futuro posible. Acallar su voz, escucharse sólo a sí mismo y en cambio atender a los damnificadores de siempre, cuyo mérito central en la creación de la debacle actual no se les debe escatimar, es traicionar una encomienda histórica, sacrificándola al narcisismo y la codicia. En síntesis, hacemos un llamado enérgico al silencio y a la escucha. Cabe reconocer que sí, en efecto, hay una vo- luntad auténtica de consulta, y de consulta ex- pedita y solícita… pero a los poderosos. Hacia los pueblos, la consulta ha sido parodia y simula- ción, y no reconocerlo es faltar a la verdad. ... los damnificados de siempre no necesitan autócratas, ni tienen vocación de lacayos...

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