Número 60

27 bían adherido, hasta marzo de 1999, 156 países (UNESCO, s/f) y en 2012 alcanzaron los 195. Según el registro de UNESCO de 2019, creció a 1,073 sitios (832 culturales, 206 naturales y 35 mixtos) en 167 Estados Partes. En 2019 ascendió a 178 países, con 1,724 sitios (UNESCO, 2020a). Esta categoría de adscripción patrimonial glo- bal, que se viene superponiendo a otras de más fuerte carga identitaria nacional o etnocultural, puede servir de vehículo en las ya polares y asi- métricas relaciones Sur/Norte para abrir juego a insospechadas y no deseables implicaciones futu- ras (jurídicas, políticas y económicas) sobre los dominios, usos y consumos culturales; mientras tanto, seguimos encandilados con sus bondades axiológicas, preservacionistas y financieras. Lo vemos en las políticas mismas del INAH y de la Secretaría de Cultural del Gobierno Federal. Los procesos valorativos del patrimonio cul- tural de la humanidad se han ubicado en dos di- mensiones axiológicas que merecen ser diferen- ciadas. La primera nos remite al polémico campo del relativismo cultural, desde el cual los diversos estados argumentan con cierta libertad valorativa a favor del registro de sus sitios patrimoniales ele- gidos en la Lista del Patrimonio Mundial , atenién- dose a su interpretación de algunos de los seis cri- terios considerados por el Comité del Patrimonio Mundial. 8 Esta entidad se reúne anualmente para examinar las candidaturas, basándose en las apre- ciaciones “técnicas” del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS). Según la UNESCO, la clave de la axiología glo- bal reside en las palabras “valor universal excep- 8 “I) representar una obra maestra del genio creativo humano, o II) ser la manifestación de un intercambio considerable de valores humanos duran- te un determinado periodo o en área cultural específica, en el desarrollo de la arquitectura, las artes monumentales, la planificación urbana o el diseño paisajístico, o III) aportar un testimonio único o por lo menos excepcional de una tradición cultural o de una civilización que sigue viva o que desapareció, o IV) ser un ejemplo sobresaliente de un tipo de edificio o de conjunto ar- quitectónico o tecnológico, o paisajístico que ilustre una etapa significativa o etapas significativas de la historia de la humanidad, o V) constituir un ejemplo sobresaliente de hábitat o establecimiento humano tradicional o del uso de la tierra, que sea representativo de una cultura o de culturas, especialmente si se han vuelto vulnerables por efectos de cambios irreversibles, o VI) estar asocia- dos directamente o tangiblemente con acontecimientos o tradiciones vivas, con ideas o creencias, o con obras artísticas y literarias de significado univer- sal excepcional (el Comité considera que este criterio no debería justificar la inscripción en la Lista, salvo en circunstancias excepcionales y en aplicación conjunta con otros criterios culturales o naturales)” (ABC, 2006). cional” (UNESCO, 1998). Y es justamente la con- dición de excepcionalidad del bien patrimonial, su atributo extraordinario, fuera de regla, irre- petible, la que abre juego a esta axiología propia del relativismo cultural. Empero, los usos guber- namentales latinoamericanos de esta axiología de cara al patrimonio cultural de la humanidad, dis- tan de reflejar los bienes más valiosos de la mul- ticulturalidad patrimonial realmente existente en cada país y en el continente. Lo prueba el hecho de que, a nivel regional, predominen los bienes patrimoniales legados por la colonización occi- dental, repitiendo con matices el canon valorativo que a escala planetaria marca la lista del Patrimo- nio Mundial (UNESCO, 2020b). Una valoración antropológica señaló, con base en los datos de 1998, que la especificidad latinoamericana se ex- presaba en el hincapié puesto en el registro de 23 ciudades, que alcanzaba al 50 por ciento del total de sus bienes declarados, en tanto que la media mundial de registro de ciudades sólo ascendía al 20 por ciento de las 542 declaratorias aprobadas por UNESCO (Melé, 1998, p. 15). La mayoría de las ciudades latinoamericanas registradas corres- ponden principalmente a las de origen colonial. En general, la monumentalidad arquitectónica que caracteriza a la mayoría de los sitios latinoa- mericanos parece reproducir una clave axiológica de la cultura del barroco, no obstante que el có- digo de registro exhibe una gran amplitud de op- ciones que se extienden a los bienes intangibles. En América Latina, la sobrerrepresentación de las épocas históricas, el patrimonio cristiano y la ar- quitectura elitista, prevalecen sobre todas las de- más épocas, expresiones arquitectónicas y bienes religiosos o artísticos no occidentales. El preten- dido policentrismo del “patrimonio mundial de La soberanía se ha vuelto retórica...

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