Número 60
24 tural. Este derecho neocolonial vuelve irrelevante el principio de soberanía nacional en el campo del derecho internacional y de las relaciones multila- terales. La soberanía se ha vuelto retórica. La fun- ción rectora de la potencia estadounidense en la sociedad global tiene un sustrato muy profundo, cada vez más visible en Nuestra América, consi- derando la gestión en curso de Donald Trump. En el epígrafe elegido, Toffler menciona que la po- tencia del Norte es pionera “de una nueva civiliza- ción, de una nueva forma de vida, basada en una nueva economía”, y no se equivoca, aunque no justificamos sus interesadas omisiones. El actual curso civilizatorio es peligrosamente depredador de la biodiversidad, de los recursos ambientales, naturales y culturales de nuestros pueblos. El cambio climático es solo una cara de la crisis civi- lizatoria más grande de la historia de la moderni- dad a la que nos toca asistir y padecer. El orden normativo global, auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, ha sido ba- rrido en sus ramos proteccionistas por la acción de las grandes potencias y el capital trasnacional, afectando nuestros intereses y patrimonios colec- tivos. Hemos de recordar que los primeros linea- mientos internacionales propuestos por la ONU en materia de protección del patrimonio cultural emergieron de manera explícita del balance de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea y la Guerra de Argelia, y sirvieron de fundamento para la firma de la Convención del 14 de mayo de 1954 de la UNESCO por 126 países, negándose Estados Unidos e Inglaterra a suscribirla. La Con- vención del 26 de marzo de 1999 de la UNESCO tampoco fue suscrita por dichas potencias. Lo paradójico del caso es que, en la actuali- dad, las guerras neocoloniales como las desple- gadas por Estados Unidos en Irak, Afganistán y Siria, además de buscar el control de los recursos energéticos con que cuentan, han destruido ya una parte relevante de sus más preciados lega- dos de sus antiquísimos patrimonios culturales, o estimulado el tráfico ilegal de sus bienes cultu- rales, con la finalidad de aniquilar memorias co- lectivas y abatir sus respectivos orgullos nacio- nales. En vísperas de los bombardeos y saqueos de zonas arqueológicas, templos y museos, sus corporaciones transnacionales de la imagen le- vantaron sus registros y los patentaron, con la finalidad de vender copias como equivalentes de lo real. Al final de cuentas, en esta cultura de la imagen que signa a la aldea global, las réplicas en imagen terminan valorizándose a costa de la extinción inducida de los originales. El futuro de Siria, situado en esta dirección, es predecible y, por ende, deprimente. Parecida suerte se padece en Irak y Afganistán, y todo parece indicar que las amenazas militares y económicas estadouni- denses sobre Irán pueden ser devastadoras. Desde otro ángulo diferenciado pero conver- gente en la Aldea Global, Tom Peters, en su obra Círculo de la Innovación (1998), lanzó una nueva estrategia de propaganda mediática para las cor- poraciones basada en la manipulación de valores culturales y, sobre todo, de las emociones asocia- das a ellos. Su lema es: “ ¡Marcas sí, productos no! ”, con la pretensión de «humanizar» a la marca, y al asimétrico y desigual mercado global. La mitolo- gización de la marca pretende, por ejemplo, que Nike sea sinónimo de “vida sana”, “deportiva” y “libre”, o que la marca país busque que todos los mexicanos se sientan parte del mercado y culti- ven las formas más extraviadas del consumismo. La Marca País ha sido definida empresarial- mente como «el conjunto de percepciones que caracterizan a una nación». Sin embargo, debe respetar las cláusulas del Convenio de París (Ar- tículo 6ter) y la Decisión 486 de la CAN, el cual prohíbe el registro de las banderas y emblemas de los Estados como marcas, así como los nom- bres y emblemas de organizaciones internacio- ... la creciente desigualdad hace que no paren de subir las cifras de víctimas...
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