Número 58

62 «¿Quiere saber si una planta sirve para el hí- gado o para los riñones?», me preguntaba el in- dio y él mismo respondía: «sí y no». Comprendí finalmente que, por ejemplo, la verbena sirve para descargar el hígado, para limpiar la sangre, para fortalecer la carne, para botar las envidias, para curar a las personas amargadas, para dispo- ner mejor el espíritu. Todo eso al mismo tiem- po, pues somos todo eso al mismo tiempo. Y la verbena no sólo sirve para curar, pues también y sobre todo sirve para prevenir y proteger. Y aunque profundicé en los estudios de fitoquí- mica y farmacología para entender el funciona- miento de las plantas medicinales a partir de sus principios activos y metabolitos secundarios, y si bien pude entender que por ejemplo la verbena gracias a sus principios amargos heterósidos esti- mula todo el sistema nervioso autónomo parasim- pático, lo que explica sus efectos limpiadores orgá- nicos, estaba lejos de entender que tales reacciones químicas y farmacológicas estuvieran conectadas con el ámbito sicológico y espiritual de los indivi- duos. Sí, quizás la naciente disciplina de la medici- na sicosomática, aún poco aceptada por la ciencia médica moderna, me permitía admitirlo, pero se trata de un asunto que va más allá de conexiones neuronales entre la psique y el cuerpo orgánico. Cuando don Roberto quiso describirme su mundo, el mundo completo, visible e invisible, a la manera de lo que los antropólogos definen como la cosmovisión , pude ver con mis propios sentidos que había mundo, inframundo y supramundo , no sólo como condiciones espaciales, sino también y simultáneamente como condiciones tempora- les. Mi tradición judeocristiana me enseñaba esto mismo, pero como tres espacios diferentes: el mundo, el infierno y el cielo. La vida de aquí es la vida en el mundo, y después del juicio seguirá la vida en el cielo o en el infierno. Pero el indio, aceptando esos tres espacios, me llevaba, aquí y ahora, a conocerlos y recorrerlos. Y fui compren- diendo, más allá de disquisiciones religiosas o teológicas, que aquí y ahora podemos vivir en el mundo, en el supramundo o en el inframundo y que, aquí y ahora, puedo desplazarme allí o allá. Aunque, como Dante, parecía experimentar la Divina Comedia, ya aceptaba y hasta me deleita- ba con tales trances, pero aún no podía entender qué tenía que ver esto con la salud y la enfer- medad, con la curación, con mi práctica médica y, sobre todo, con las plantas medicinales. Y es entonces cuando don Roberto me habla del pur- gatorio. ¡Ah!, claro, también en mi tradición ju- deocristiana existía ese cuarto espacio, además Maloca familiar del taita José. Dibujo realizado por María Eugenia Plazas

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=