Número 56
95 para luchar, resistir y persistir. Mientras tanto, el EZLN y sus bases de apoyo, comunidades de ori- gen maya, consolidan y extienden su influencia al interior de su territorio a través de las Juntas de Buen Gobierno (JBG), y hacia otras latitudes a través de reuniones y comparticiones en las que se convoca a grupos, colectivos, organizacio- nes y personas en rebeldía, a exponer sus expe- riencias de lucha y resistencia con el objetivo de acuerpar y mantener movilizada esta generación de movimientos sociopolíticos denominados por algunos compañeros como antisistémicos, por haber surgido de la revolución cultural de 1968, haberse consolidado en el amanecer de 1994 e intensificar su presencia durante los primeros años del siglo XXI (Carlos Aguirre, Antimanual del buen rebelde , 2013). Esta ola de movimientos sociopolíticos se dis- tingue de la izquierda institucional en varios flan- cos, de los cuales, el más notorio es la condición política que asumen al identificarse como luchas transformativas en contra de un sistema franca- mente antisocial, en el sentido de señalar que el capitalismo le niega a la mayoría de la población mundial su sociabilidad y las condiciones míni- mas para una vida digna, es decir, su condición de sujeto social históricamente situado y políti- camente activo, para degradarlo a objeto según su capacidad productiva, clase social, raza, etnia, sexo-género, o condición etaria, imponiéndole a priori un lugar inamovible en el mundo que le tocó vivir. Mientras que, en palabras del Subcoman- dante Insurgente Marcos (ahora Galeano), la iz- quierda institucional ha quedado conformada por “corifeos del neoliberalismo” agrupados como re- sultado del reacomodo político ocurrido después de la caída del bloque encabezado por la Unión Soviética (URSS), durante la década de 1990 (SCI Marcos, entrevista con Julio Scherer , 2001): Nosotros no estamos planteando el regreso al ‘comunismo primitivo’, ni de una igualdad a raja tabla que finalmente esconde una diferenciación entre la élite política –de izquierda o de derecha- y la gran mayoría empobrecida. Pretendemos que cada sector social tenga las posibilidades de levantarse como tal; no queremos limosnas , sino la oportunidad de construirnos, dentro de este país, como una realidad diferente. Entre tanto, en México, América y el mun- do gobiernos van y gobiernos vienen, simulan- do “transiciones democráticas” o “cambios de régimen”, pero convenientemente para ellos sin aportar una definición clara y precisa de aque- llo a lo que hacen referencia. Estos gobiernos, a manera de facilitadores en el proceso de produc- ción del capital, se vuelcan en administradores del cúmulo de conflictos exacerbados por la cri- sis que el modo capitalista de producción alber- ga en su seno, levantando toda una “ingeniería social” producida teóricamente por académicos oportunistas, desde la cual algunos líderes so- ciales, promotores y gestores culturales, algunas asociaciones civiles y dirigentes de partido, par- ticipan directamente desde el terreno en la ad- ministración del conflicto. Queda claro que este eufemismo, el de la inge- niería social, hace referencia a toda una estrategia de control social para la administración del con- flicto. La expresión más reciente que ejemplifica esta situación es la que advierte: “no desatar el tigre”, dicha por López Obrador durante su cam- paña presidencial, y que enfatizó a partir de que surgió el rumor en el Instituto Nacional Electoral (INE) de que sería impugnada la elección presi- dencial por motivo de manejo indebido de fon- dos públicos por parte de Morena y el fideicomiso “Por los demás”, y con ello negarle la constancia de mayoría necesaria para declararlo “presiden- te electo”. Rumor que fue reproducido por los él denomina las “venditas redes sociales” y azuzó el temor en el entonces “virtual” presidente. Muchas otras son las diferencias entre los movimientos antisistémicos y la izquierda insti- tucional, pero también muchos son los medios con lo que cuenta el aparato de gobierno para persuadir o desgastar a luchas, grupos, organi- zaciones y colectivos en resistencia. El llamado a la desmovilización es la práctica más común, para los gobiernos que se autodefinieron como la “izquierda moderna” y que ahora se hacen lla- mar “progresistas”, “transicionales” o “de nuevo
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=