Número 56

54 las oficiales, para migrar al sentir de grupos hoy calificados como “conservadores”: aseveraciones tan subversivas hoy en el marco de un proceso galopante y extendido de mercantilización a ul- tranza, de larga data, que permea por todos los costados, como la de que “la cultura del pueblo y sus diferentes expresiones no son una mercan- cía”, u otra igualmente radical y desmesurada: “la riqueza cultural de un pueblo no puede medirse con dinero. Sus valores están fuera de esta forma de apreciar las cosas, pues la constituyen conoci- mientos que deben ser disfrutados por todos”. A su vez, el profesor de Pedrito no se queda en el circuito cerrado del “disfrute” de ese pa- trimonio cuando pregunta a sus alumnos: “¿qué podemos hacer por nuestro patrimonio cultu- ral?” Y dice más: “los bienes culturales son fuente de progreso. Nosotros somos herederos de una gran cultura que se ha enriquecido con el paso del tiempo y tenemos la obligación de cuidarla y acrecentarla”. Aquí el inevitable tropiezo es que el maestro no estaba puesto en antecedentes de que años después, el plantear a los bienes cultu- rales como fuente de “progreso” ha servido pre- cisamente para justificar que lo que más progrese sea su mercantilización, propiciando lo contrario al cuidado y acrecentamiento de esa gran cultura. Es significativa la respuesta que da quien ven- de las piezas cuando Pedrito le habla de los con- ceptos vertidos por su profesor: “ese maestro no sabe de negocios”. Y es que, medio siglo después, todos debemos saber de negocios . Hay una institución que casi pasa desapercibi- da en el relato, y sin embargo es la que da cauce a la derivación del mensaje. Asediada tanto como su cometido ya desde tiempo atrás, acosada tan- to como su materia de trabajo, casi medio siglo después, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la figura de sus integrantes, no debe asumir como algo natural y ajeno a su encomien- da el efecto del modelo extractivista y de la se- rie de megaproyectos directa o indirectamente asociados al mismo. Pero es que no nos hemos enterado de que el tesoro ya no es del pueblo , sino de las empresas extractivas y de instituciones distanciadas del mismo. Y si el tesoro del pueblo se ubica en su iden- tidad y en su dignidad, dentro y fuera de relatos de divulgación, sin embargo, desde una antigua óptica hoy intensificada y extendida, ese tesoro

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