Número 55

52 otra parte, los movimientos neonazis han gana- do fuerza en países como Grecia. Ahí el partido “Amanecer Dorado” culpa a los “inmigrantes ile- gales” de los males económicos del país y no a los “ajustes estructurales” que fueron el precio de los recientes rescates. Al mismo tiempo podemos ver, incluso en nuestra propia cultura, que quitarle a los hom- bres su amor propio y su capacidad para proveer a su familia y a ellos mismos es una receta para la violencia. Una violencia que se dirige general- mente al “otro”, sean los refugiados, grupos reli- giosos o raciales o incluso contra las mujeres y los niños de su propia comunidad. No obstante la clara conexión entre la ex- pansión de la monocultura global y los conflic- tos étnicos, en Occidente se responsabiliza a la tradición y no a la modernidad, culpando a los “antiguos odios” cuyas brasas se han mantenido vivas bajo la superficie durante siglos. Sin duda, la fricción étnica es un fenómeno anterior al co- lonialismo y a la modernización. Pero después de cuatro décadas de documentar y analizar los efectos de la globalización en el subcontinente indio, estoy convencida de que la vinculación con la economía global de consumo no solamen- te exacerba las tensiones existentes: en muchos casos literalmente las crea . El arribo de la economía mundial rompe las estructuras construidas a la escala de los seres humanos, destruye los lazos de reciprocidad y de dependencia mutua y presiona a los jóvenes para que sustituyan su propia cultura y sus valo- res con los valores artificiales de la publicidad y los medios de comunicación. De hecho, eso sig- nifica rechazar la identidad propia y rechazar su propio ser. En el caso de Ladak es evidente que los “antiguos odios” no existían previamente y que no se les puede achacar la súbita aparición de la violencia. Tejiendo en comunidad.

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