Número 55
50 afiliación religiosa y su devoción. Los musulma- nes comenzaron a exigir a sus esposas e hijas que se cubrieran la cabeza con chales. En la capital, los budistas comenzaron a difundir sus oracio- nes por altavoces, con el fin de competir con la llamada al rezo musulmán. Las ceremonias reli- giosas que alguna vez se llevaron a cabo con toda la comunidad, budistas y musulmanes por igual, devinieron ocasiones para hacer ostentación de riqueza y de fuerza. En 1987 las tensiones en- tre los dos grupos desembocaron en la violencia. Esto en un lugar en donde la memoria viva no registraba ningún conflicto entre ellos. En los años subsecuentes conocí a varios jó- venes ladakis que me dijeron estar dispuestos a matar a personas en nombre del Islam o el bu- dismo. Eran jóvenes que no habían tenido mucha cercanía con las enseñanzas tradicionales de sus respectivas religiones. En cambio, tendían a ser los que se habían modelado cuidadosamente con Rambo y James Bond, y psicológicamente más inseguros. Por otro lado, quienes lograron man- tener sus conexiones más profundas con la co- munidad y con sus raíces espirituales, en general proyectaban la suficiente fortaleza psicológica para conservar su tolerancia y amabilidad. Podría ser sorprendente para algunas personas saber que los ladakis más propensos a la violen- cia eran por lo general los educados al estilo occi- dental. Esta característica del desarrollo—que se considera usualmente como un beneficio incon- trovertible— alejó a los jóvenes de las habilidades y los valores más adecuados para vivir en la me- seta tibetana, sustituyendo esos atributos con una educación adaptada a un estilo de vida consumis- ta que por siempre estará más allá del alcance de Niñas ladaki.
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