Número 55

46 Cuando llegué a Ladak hace 40 años no había indicios de que los habitantes se consideraran pobres o inferiores. Al contrario, se describían como poseedores de lo suficiente y el estar con- tentos con sus vidas. Aunque los recursos natu- rales eran escasos y el clima difícil, los ladakis tenían, de hecho, un notable nivel de vida. La mayoría de los agricultores trabajaban realmente cuatro meses del año, y la pobreza y el desem- pleo eran conceptos ajenos. Durante mis primeros años en Ladak un jo- ven ladaki llamado Tsewang me llevó a una aldea remota. Puesto que todas las casas que vi me pa- recieron particularmente grandes y hermosas, le pedí que me mostrara las casas donde vivían los pobres. Me miró perplejo por un momento, lue- go respondió: “Aquí no tenemos pobres.” La seguridad y la percepción de poseer lo sufi- ciente que tenían los ladaki emanaban de un pro- fundo sentido de comunidad: sabían que podían depender mutuamente los unos de los otros. Pero en 1975, año en que Tsewang me llevó a su pueblo, el gobierno indio decidió abrir la región al proce- so de desarrollo y la vida comenzó a cambiar muy rápido. En pocos años los ladaki se enfrentaron a la televisión, las películas de Occidente, la publi- cidad y a una inundación de extranjeros durante las temporadas turísticas. Alimentos subsidiados y bienes de consumo, que iban desde los cedés de Michael Jackson a juguetes de plástico y a videos Fotografía de Norberg-Hodge con mujeres ladaki, 1986.

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