Número 55
35 Esta injusticia fundamental es insostenible in- cluso por razones científicas. Uno de los hallaz- gos importantes del proyecto Genoma Humano es que: En el nivel de ADN, todos somos idénticos en un 99.9 por ciento. Esa similitud se aplica inde- pendientemente de los dos individuos de todo el mundo que elijas para comparar. Por lo tanto, mediante el análisis del ADN, los humanos so- mos verdaderamente parte de una familia” (Collins, 2007: 125-126). Somos uno solo como seres humanos indivi- duales. Pero como familia genética somos una unidad que flota holocíclicamente a través de la totalidad del ser. El cuerpo que nunca puede ser “mío” La afirmación de que “poseemos” nuestros cuer- pos en el sentido de que el cuerpo es “mío” es filosóficamente problemática. Una parte del pro- blema es que ninguno de nosotros se expresó o tuvo una opción en cuanto a ser un animal con un cuerpo. Otra parte del problema es: ¿quién es el “yo” que reclama la propiedad del cuerpo? No es mi propósito ahondar en este problema. Bas- ta con afirmar que el “yo” que afirma poseer el cuerpo es, para usar una frase familiar en la filo- sofía, tan “sistemáticamente elusivo” que tal vez sea mejor renunciar a la búsqueda. Si no pode- mos siquiera poseer “nuestro” cuerpo, ¿con qué derecho podemos reclamar que somos dueños de alguna parte de la Madre Tierra en la que vivi- mos y por la que vivimos? Dado que todos estamos condenados existen- cialmente a laborar para sobrevivir, en el sentido más amplio posible, no es necesario basar la de- manda de propiedad de la tierra u otras necesi- dades de la vida en esa labor. Aquí la distinción entre labor, tarea o trabajo es crucial. El primero –laborar- es existencialmente indispensable para todo ser humano, incluidos los bebés. El último se basa en la falacia filosófica, traducida en una práctica generalizada de que algunos seres hu- manos son dueños de riqueza y dinero y, en vir- tud de dicha propiedad, tienen derecho a ofrecer empleo a otros. El efecto práctico de esta falacia filosófica es que la humanidad se ve afectada e infectada por dos enfermedades, aparentemente incurables en un doble sentido, que denomino pecunimanía y trabajomanía. El dinero se encuentra insertado como el me- dio decisivo entre la vida y la muerte de todos los seres humanos. Disponer de dinero es la garantía aparente del cumplimiento del derecho a la vida; del derecho inalienable a la subsistencia. No tener dinero es la condena inevitable a la muerte repen- tina o lenta, incluida la muerte violenta. El escu- do contra esta condena inevitable es de hecho el tener un trabajo que brinde dinero a cambio. Esta es la estructura histórica, sistemática y sistémica que hoy en día separa a los “pobres” de los “ri- cos” y convierte a los primeros en peones de los segundos mediante una ley “civilizada”. ¿Es real- mente necesario que todos deban padecer pecuni- manía y trabajomanía para cumplir con el impera- tivo existencial de laborar para la preservación y el sustento de la vida individual y colectiva? Al principio era el ser humano - Motho pele Al principio estaba el ser humano; no la riqueza, ni el dinero ni el trabajo. Mucho antes de la in- vención del dinero y del trabajo, la filosofía del ubuntu existió según la máxima ética del feta kgomo o tshware motho . Esto significa que cuan- do se debe elegir entre la preservación de la vida humana y la acumulación continua de riqueza, se debe elegir la preservación de la vida humana. El Ujamaa y Umunna , las experiencias y con- ceptos del ubuntu sobre la unidad de la familia humana, son anteriores a los hallazgos del proyec- to Genoma Humano. Constituyen la implementa- ción práctica de la ética de que “la vida es ayuda mutua”, lo que hace de letsema un imperativo éti- co que manifiesta su preocupación, el cuidado y el compartir entre sí las necesidades de la vida disponibles en seshego o inqolobane yesizwe . Este es el significado de “ motho pele ”, es decir, el de la primacía del ser humano”. Es consisten- te con la premisa básica de la ética del ubuntu , a saber, la de “promover la vida y evitar matar” (Bujo, 1988: 77). Histórica y filosóficamente, la
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