Número 55
21 rosos, pero llegó Lázaro Cárdenas, el mesías michoacano, y las grandes conquistas del carde- nismo fueron producto de la lucha social. Efectivamente, como menciona Rafael Sando- val, los populismos latinoamericanos tienen una característica en común, y es que satisfacen una gran cantidad de demandas populares, pero estas satisfacciones son también para frenar el movi- miento popular. Entonces pueden ver que la mis- ma Ley Orgánica (del INAH) es una ley de con- tenido progresista, pero al mismo tiempo frena, que señala que hay que buscar las organizaciones para la salvaguardia del patrimonio cultural, pero después fue cambiada; la cuestión es que esta ley representaba un espíritu, pero el mismo INAH se crea bajo una ética autoritaria, es decir, se plan- tea una forma de gobierno vertical, que parte de arriba hacia abajo: así hay que reconocerlo, por ejemplo, yo entré a la ENAH en el 65, y desde que entré se habla de… ¡la democratización del INAH! Esto representa algo muy antiguo, es un pro- blema el de que los sindicatos son plurales y pues está bien, pero sólo es un sector el que es avanza- do: hay gente que es meramente retórica, verbal, son los que nunca se aparecen, y los que están en este congreso son los activistas, pero como sindicato debemos pelear con esas barreras, en- tre ellos están los aviadores de los que hablaba al principio, y aquí la cuestión es que pareciera que uno tiene que complacer a ese sector. Aquí en nuestro sindicato, la materia principal es el impulso cultural, pero también discutimos lo que es una comunidad indígena y discutimos la consulta, lo que nos pone en una situación de vanguardia, lo queramos o no; evidentemen- te es un sindicato progresista, lo que implica la necesidad de responsabilizarse y tener una serie de compromisos, en particular hay que tener la oportunidad de ser protagónicos en la defensa del patrimonio cultural, por ejemplo, el ser realmen- te coadyuvantes en los peritajes antropológicos. En ese sentido, se habla mucho del convenio 169 de la OIT, que plantea la consulta a los pueblos originarios en caso de que haya una afectación a sus territorios, y aunque se habla de consenti- miento, no se plantea que la consulta equivalga al consentimiento, el que exista la consulta me parece totalmente aberrante, es decir, cuando se plantea “vamos hacer un aeropuerto en la cuenca de Texcoco”, la gente debe reunirse en asambleas y está el que decida sobre ello, porque no quie- ren ser migrantes sin retorno, ni desplazados, y no se necesitan consultas para eso: simplemente con que se plantee la voluntad de los sectores po- pulares en esas regiones de México. Sin embargo, existe pues la consulta, donde hay antropólogos que pueden tener un papel básico, pues ya hemos visto que muchos de esos peritajes los hace la SAGARPA o gente amañada, y también el que la consulta no se hace, ¿por qué en el caso del aeropuerto nunca se hizo una consulta?, ¿por qué el señor Mancera no hizo una consulta con los habitantes de la CDMX?, ¿por qué no se consulta cuando llegan las empresas eólicas y engañan a la gente? o si se hacen consultas, por ejemplo, en Oaxaca, donde la gente confía en lo que se llaman contratos verbales, porque la gente cree en eso, pero al final sí engañan con los contratos verbales y se imponen las eólicas. En estos escenarios se dice “los indígenas es- tán contra el progreso”, y no, obviamente no es- tán en contra: los indígenas no son defensores de la contaminación de los combustibles fósiles: ¡Son defensores de la capacidad de tener su pro- pia decisión!, de decidir ellos su propio destino. Ahora bien, hay una polarización social enor- me, por ejemplo, el recordar aquí al México de las películas de Emilio Tuero y de otros de la época: un territorio tranquilo, donde salías a la calle, en Ciudad Victoria y Tampico, sin que pa- sara nada, pero hoy nos encontramos con los fe- minicidios, con los asesinatos en Ecatepec, con toda esta bola de miserables. Hablo de polariza- ción social, porque tenemos personas que ganan mucho menos y son millones, y hay diputados que van a ganar trescientos mil pesos aparte de sus prestaciones; el odio hacia los ricos, el des- precio de los ricos a la gente de abajo, todo se ha convertido en un campo de batalla feroz. De hecho, la misma delincuencia organizada: yo la considero como una rebelión popular de dere- cha, aunque hay quien podría decir “¡no hay rebe-
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