Número 55

de nos desenvolvemos; por tanto, la identidad es fluctuante, es buceadora, es secreta, no tiene esta- bilidad, y tiene que ver con la desterritorialización; ahora bien, este término es un menjurje que nos quieren meter hasta en la sopa, es decir, se entiende como desplazar, como hacer que la gente huya, se largue, que sean refugiados, que sea una diáspora, que sean migrantes incluso ambientales, porque los nuevos territorios serán ocupados por los megapro- yectos, por las transnacionales, y sí, el nuevo mundo es el mundo de los millonarios. El extractivismo es una agresión permanente contra los pueblos originarios e indígenas, pero como dice Paul Hersch “¿Nada más los pueblos originarios?”; la mayor parte de la devastación territorial en México, Brasil y Argentina es con- tra la mayoría de la población que no es indíge- na; cuando uno va a la Ciudad de México y vemos cómo el hampón de Mancera destruye la fisono- mía característica de la ciudad, uno se da cuenta de que efectivamente se da una desterritoriali- zación voraz y perjudicial, se acaban barrios de raigambre importante, se desplaza a las personas, se les manda a lugares realmente marginales, se les considera personas que no tienen derecho a existir, y por ejemplo, son palestinos en un país como México, y nos encontramos entonces que la desterritorialización es una deculturación. Resulta que México, un país pluricutural como lo reconoce el artículo segundo, está de- jando de serlo, porque ése es el afán de los pode- rosos; cada sociedad procura generar aquel tipo de personalidad social que se convierta en su propia reproducción. Por ejemplo, es necesario citar una taranovela, la de “Gutierritos” con Ra- fael Banquells, y Gutierritos es el tipo burócrata totalmente apelmazado, con una vida cotidiana y simple, y estas legiones de Gutierritos le convie- nen a un sistema como este, contribuyen a su re- producción, les conviene a los de arriba que dan empleos y “favorecen al pueblo”, ellos son los grandes filántropos de nuestra época; entonces, cada persona resulta aquel tipo de persona ade- cuada para el sistema en el que vive, y aquellas personas domesticadas y serviles, son las que le convienen a la estructura. Es así que nosotros, los antropólogos que tra- bajamos con comunidades, indígenas o no, los que conocemos al pueblo en su fisonomía de ma- yor raigambre, los que suponemos tener empatía a su lado, nos encontramos con que ellos son los grandes creadores de la cultura. Me acuerdo de un campesino de Amecameca, me decía: No señor Guerrero, soy un pobre diablo, un po- bre campesino, usted es sabio, es quien sabe, ¡ah! Pero tengo un hijo en la universidad y una de mis hijas está en preparatoria… Entonces dije ¡basta!, estoy harto de los Cas- tañeda que se creen vomitados por Júpiter, estoy harto de los tipos que se creen soñados hasta por Madonna y Britney Spears, que cuando andan por pasillos como estos uno tiene que arrodillarse fren- te a Aguilar Camín o Enrique Krauze, quien ahora resulta ser el héroe del 68, cuando nunca lo ví en el movimiento; el caso es que le dije al campesino: nunca está de más tener conocimientos científi- cos y un título, pero no crea que somos superio- res por eso: usted es un sabio, conoce el entorno, lo ha clasificado, sabe cuáles son las especies de murciélagos, conoce la herbolaria, produce herramientas, ha creado una cultura, tiene una religión; lo que usted ha creado es una estructu- ra ideológica compleja… ¡usted no es un pobre diablo, porque es un gran diablo!... así es con la sociedad, y que no vengan a de- cirnos que no sabemos. Hablando de saberes y territorio, me acuerdo muy bien cuando a Luis Echeverría se le ocurrió hacer una presa, dijo a los mazatecos: “señores indios tienen que pelarse, les vamos a dar un es- pacio en Veracruz, van a cultivar soya no el maíz ridículo con el que no ganan nada”, entonces re- sultó que no se iban, y de nuevo: “Señores indios, ya van siete veces que les decimos se vayan y les irá muy bien, ustedes han visto a Pedro Infante en su película ahora soy rico , pues así les va a pasar”. Ellos dijeron que no se iban, porque esa tierra era su piel y ahí estaban sus antepasados, por lo que Echeverría mandó al ejército y aplastaron a los indios como cucarachas; eran los ingenieros de la presa lo que mandaban; aparte había un grupo 18

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