Número 53
9 Veo a algunos de mis alumnos, que cabe men- cionar, hace seis años estaban en la secundaria enamorados de alguien o de algún videojuego (actividades mucho más valiosas que las propias del adoctrinamiento para adultos), convertidos en verdaderos “politólogos”. Da la impresión de que se las saben todas, de que perciben las ver- daderas intenciones de los candidatos, y aunque nunca hubieran dado pistas de esta comprensión o gusto por lo social, desde hace algunas sema- nas casi se merecen un honoris causa . Ellos ya aprendieron que si las campañas tratan de decir lo que el otro ha hecho mal para sembrar miedo o enojo, al pueblo nos toca elegir dos o tres “memes”, convertirlos en verdad y repetirlos en- fáticamente en las fiestas y reuniones. Nos toca burlarnos de aquellos que no hubieran leído estas dos o tres líneas, decirles que “por gente apáti- ca y desinformada, como ellos, México está como está”. Nos toca jugarle a los listos, a los informa- dos, a los políticamente comprometidos de la ma- nera más creyente y dogmática posible. Quizá dos o tres de entre ellos, los más cínicos, se animen a decir que preferimos a éste o aquel, porque nos conviene, porque la tradición, o nues- tra clase, o nuestro grupo social así lo convoca. Y es quizá ésta la naturaleza de las decisiones socia- les: preferimos aquello que nuestros contextos nos han dado como respuesta natural, y no sólo no ha- cemos por cuestionarlo, sino que lo defendemos como la única opción posible. Y quizá hasta ahí no hay mayor problema, el asunto a enfatizar aquí es que somos capaces de imponerlo por la espada. Dice Castoriadis que el odio a lo otro quizá no es otra cosa que el anverso del amor por no- sotros mismos 1 . Bueno, quizá es eso lo que pasa en estas elecciones; sabemos que para quedar como inteligentes e informados debemos elegir una opción -incluso la de no votar- y entonces analizamos nuestro contexto, elegimos una de las disponibles y bueno ya, la defendemos como nuestra, y eso aquí significa que comenzamos no a justificarla y argumentarla, sino a descalificar las opciones no elegidas. 1 Castoriadis, C. (2005). Ciudadanos sin brújula. México: Ediciones Coyoacán. Habría que decir que evadir la argumenta- ción sustituyéndola con descalificación es lo que nuestros intelectuales nos han enseñado a hacer. Sabemos que para mostrar “verdadero conocimiento” y distinguirnos de las reflexio- nes políticas espontáneas, hay que mostrar que nosotros pasamos de todo eso, que “ya nos la sabemos”; hay que hacer un recuento históri- co, hay que decir “lo que hay que leer” para entender, pero sobre todo, hay que criticar. Que nada te satisfaga, que nada esté a la altu- ra de tus explicaciones (ni la realidad misma). A esta crítica la tiene que acompañar un tono amargo y desencantado, cuando no un poco de soberbia enojosa. Incluso cuando se intenta hacer un esbozo del escenario electoral para los jóvenes, normal- mente, sucede como en la vida cotidiana, no se les presentan las opciones “desapasionadamen- te”, sino que se hacen descripciones del estado de las cosas que ya implican valoraciones y en- caminan las acciones. Nada más peligroso para los adultos, que permitir a los jóvenes decidan y piensen. La obediencia, que niega que lo es, es una de las virtudes más valoradas. Más que edu- car, que formar criterio, la época electoral mues- tra nuestra urgencia por adoctrinar. Aquí tenemos nuestras dos posturas caracte- rísticas: los niños convertidos en descalificado- res enojados y los intelectuales descalificando y colonizando, y así hasta julio. Después de los de- bates se refrescan dos o tres frases, pero ya está bosquejado el cuadro. La libertad, siempre tímida y escondida ¿Y cuál es el punto del circo, más allá de julio, más allá de quién gane y cómo pueda medio ins- tituir en las enormes burocracias “sus ideas”, que ojalá sean suyas y ojalá sean resultado de la re- flexión y la argumentación, o de la más honesta emoción? ¿Qué podemos hacer? Y es que resulta hasta irónico decir que estamos en elecciones. ¿Será que podemos elegir? Entre cinco can- didatos que llegaron inicialmente a la boleta, incluyendo a dos que no debieran serlo dado lo sombrío de su trayecto de recolección de firmas,
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