Número 51

40 memoria como una cantina frecuentada por esa marinería variopinta y donde la discusión en la mesa de al lado deriva en una riña escandalosa: agotados los argumentos y los improperios, los comensales se levantan airados, rompen súbita- mente los cuellos de sus botellas contra la misma mesa de madera que comparten y se abalanzan entre sí, al tiempo que salimos apurados sin co- nocer el desenlace del diferendo. La desembocadura del Pánuco nos despide unas horas después con un intenso oleaje, mien- tras se nos ordena tirar por la borda toda la pe- dacería de madera dejada por los estibadores en las maniobras y la marea pareciera también estar, desde entonces y a la fecha, algo alterada dentro de nuestro estómago, intestinos, venas y cerebro. El canal que va del golfo de México a Houston es largo, sembrado de mecanismos que suben y bajan sus brazos succionando petróleo, pero lo que llama la atención es el tamaño de los buques tanque con que cruzamos, al lado de los cuales la navecita que nos porta, con lo grande que es, resulta ínfima. Luego, en Nueva Orleans, los oficiales nos invi- tan en su sala del Bibi a una función de “striptea- se” a cargo de una mujer ya no tan joven que será luego alojada en el camarote de su “purser officer”. Ya dejado atrás el último puerto del continente, las tareas se hacen rutinarias en el cruce del Atlánti- co. Cada día cambia la hora un pedacito y Madeira aparece a lo lejos anunciando la proximidad de Gi- braltar, cuyo estrecho juega con la nave casi tanto como la desembocadura del Pánuco. En tanto, un escocés, oficial de máquinas, se bebe íntegra una botella de Benedictine luego de entrar a nuestro camarote, llevando consigo además una caja con 24 latas de cerveza que nos comparte para acompañarlo en sus libaciones; de baja estatura y con una barba que asemeja un amplio y tupido babero de color rojo que le llega al ombligo, al cabo de un par de horas de plática, este amable gnomo se queda dormido, abrazan- do con ternura la botella cuyo licor ha trasferi- do por completo a su estómago junto con buena parte de las latas que también hemos ayudado a vaciar, de modo que lo hemos de cargar en vilo a su camarote. Cuarenta y cuatro años después Y bien, ¿qué ha pasado con todos ellos y con to- dos nosotros tantos años después? Ese “Bibi” del 73 había sido botado en los asti- lleros de la empresa Hall, Russell & Co. el 16 de enero de 1961 en Aberdeen, Escocia; inició sus travesías bautizado por primera vez como “Le- titia” bajo bandera inglesa; pasó luego a llamar- se “Bibi” en 1967 para ser rentado a la empre- sa “Transportación Marítima Mexicana”, que lo compraría diez años después, recibiendo por ter- cer nombre el de “Tepic” bajo bandera mexicana; finalmente, éste cambió una vez más de nombre, dueño y derrotero: bajo bandera liberiana y una cuarta denominación, la de “Tepora”, pasó a te- ner una ubicación bastante fija, llevando consigo al fondo del Atlántico sus muchas historias. Y es que el 12 de marzo de 1985 se declaró un incen- dio a bordo y para el día 15, mientras era remol- cado a la ciudad de Nueva Orleans, se hundió a unas 450 millas náuticas al sur de esa ciudad 1 . ¿Cómo recorrer de nuevo ahora esos pasillos alguna vez tan familiares?, ¿cómo volver a los 17 y trepar de nuevo furtivamente ese mástil mayor hasta el tope para otear todo desde ahí a cincuen- ta metros del oleaje, y para ser llamado luego al puente por el capitán para recibir su severa e in- 1 http://www.histarmar.com.ar/MarinaMercanteExtr/MarinaMercanteMexi- co/Mercantes/Tepic.htm y https://www.wrecksite.eu/wreck.aspx?192065

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