Número 51
        
 39 Fuente :http://www.histarmar.com.ar/MarinaMercanteExtr/MarinaMercanteMexico/Mercantes/Tepic.htm rizonte la figura clásica de un navío de tres más- tiles con sus velas desplegadas a toda plenitud. Porta una bandera tricolor en su palo mayor, la cual para nuestro asombro, poco a poco, resulta ser la mexicana: es el buque escuela “Cuauhté- moc” que se dirige justamente a nuestro puer- to de salida para participar en la celebración del quincuagésimo aniversario del desembarco en Normandía. Desde antes de dejar El Havre y en los puertos norteamericanos de la costa Atlántica que le siguen en la ruta, se podía apreciar en precisa coreogra- fía la carga y descarga de contenedores mediante enormes grúas, llevada a cabo bajo una programa- ción rigurosa y en cronometrada eficiencia. En veinte años los muelles se habían trans- formado a fondo. Cada movimiento de un con- tenedor significaba 200 dólares y cada hora de uso de un muelle con semejantes instalaciones se pagaba también caro, bajo la consabida consigna del Time is Money . Quienes operaban las grúas y los camiones o guiaban la colocación de los con- tenedores, todos con casco y chaleco de color llamativo, llegaban en sus respectivos vehículos de reciente factura, que quedaban estacionados ordenadamente al lado de las enormes bodegas. Al llegar a Veracruz en ese 94, la falta de es- pacio de atraque hace que el barco largue anclas frente al puerto. Entonces aparecen los arreos de pesca entre los tripulantes y pronto se prue- ba suerte con éxito. Finalmente, al amarre en el muelle jarocho de contenedores a temprana hora, los operadores llegan en sus bicicletas que encadenan al pie de las enormes grúas, moder- nas pero ya herrumbrosas; las plataformas de madera podrida de los camiones, con sus aguje- ros y sus cabinas oxidadas y desmanteladas, la contrastante complexión del personal y el des- orden en las instalaciones, hacen que León, de tres años, habiendo dejado a un lado su espada de papel periódico forrado de cinta canela, que envainaba en un carrete vacío de papel higiéni- co fijo en un cincho de esa misma cinta que le cruzaba el pecho, asomado sin perder detalle por la ventana del camarote, exclame “¡este país está desconstruido!”. Y eso que era el 94 y no el 17. Con todo y esos contrastes, se consolidaba ya un intenso cambio en ese mundo de estibadores y de marinos. Y es que, saltando de nuevo al 73, los circui- tos portuarios que recorría la marinería tenían sus puntos clave de “atraque”. Meseras y canti- neros recibían con familiaridad a sus clientes co- nocidos de años. El Tampico del 73 figura en la
        
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