Número 51

37 ba en la cubierta en partidas de dominó o en el juego de los fornidos caboverdianos, la mancala, moviendo con agilidad unas semillas redondas y oscuras en una tabla de madera labrada con agu- jeros. La lengua gallega se mezclaba en esas agra- dables tardes de cubierta con el inglés y con el portugués africano de los isleños de Cabo Verde. A media mañana y media tarde, el trabajo se in- terrumpe con el “coffee break”. Las tres comidas son copiosas; el esfuerzo físico demanda alimen- tos en cantidad, de modo que los grandes platos se colman: hasta el helado se sirve en platos de sopa y con cucharas soperas. Y al dar las gracias, quien sirve grita “¡tranquilo!”, “¡tranquilo!”; en el co- medor de la tripulación, entre los marineros y los trabajadores de máquinas se habla mucho y fuer- te, con una animación de la que carece el comedor de los oficiales, donde se guarda cierta etiqueta, con atuendo y maneras formales, mediando inclu- so un menú escrito a máquina, entregado cada día por atildados meseros. La portentosa máquina del barco no deja de trabajar a lo largo de la travesía. Es en realidad un conjunto articulado de máquinas, de tubos distri- buidos en un ordenamiento que escapa a nuestro limitado entender, en torno a la máquina madre que mueve la hélice, con generadores, purificado- res, refrigeradores, tanques, interruptores de mil tipos, válvulas, compresores, manivelas, alternado- res e incluso un torno para producir piezas de sus- titución. La máquina lleva su propio taller a bordo. Sólo en la proa cesa la permanente presencia de la máquina y sus vibraciones acompasadas: es un lugar de silencio, preferido por gaviotas, pe- ces voladores, delfines, medusas, donde lo que figura es la sonoridad del agua que estalla en blancos torrentes una y otra vez, al hendirla la proa del barco en su avance. Carta de navegación en el “Bibi” (Foto: P. Hersch)

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