Número 51
        
 26 países le dieron cabida. Sin lugar a dudas, el punto más problemático de las nuevas investigaciones es el esclarecimiento de sus redes. Restaurar los la- zos primarios, secundarios o mixtos que unen a los excluidos de afuera con los afines o familiares residentes en el país expulsor, es una tarea comple- ja, considerando que sus modos de comunicación debían sortear los filtros de la censura y vigilancia diplomática, política y policial. Cierto es que en la actualidad, el debate acer- ca de la globalización gira en torno a la pérdida relativa del arraigo territorial como clave iden- titaria, también a la quiebra del paradigma eu- clidiano sobre la representación del espacio por otro más acorde con las nuevas concepciones de la física y de la experiencia creciente y conflicti- va de los grandes flujos demográficos sur/norte. Bajo este contexto, existe una frontera de senti- do muy contemporánea que en su lasitud conta- mina la relación y diferenciación entre el exilio y la migración. Eugenia Meyer, una conocida estu- diosa de los exilios latinoamericanos en México, nos dibuja desde su propia concepción la proxi- midad entre ambos términos, dada la convergen- cia cultural que comportan ambos procesos: La migración, el éxodo del país de origen, el asi- lo, la estancia temporal o permanente en otra nación, el exilio, el dolor de romper amarres y raíces para sentar otros y, luego, a veces, reco- rrer el mismo camino a la inversa para volver al punto de partida. Los desplazamientos sucesi- vos, los nexos familiares rotos o debilitados, la conformación de grupos o colonias, de guetos, el apoyo y el rechazo de los otros, la compren- sión o la extrañeza son sólo algunos de los as- pectos de la “realidad irreal del exilio” y de una serie de implicaciones éticas (Mayer, 2001: 8). Y esta analogía no es gratuita en los tiempos que nos toca vivir, marcados por la globalización y el neoliberalismo que fuerza el crecimiento en espiral de los flujos migratorios de sur a norte. Es en ese contexto, que Fernando Ainsa constata: La importancia creciente de las figuras del éxodo y el exilio, la exaltación de la “condición nomá- dica”, las nociones de desarraigo y del “fugitivo cultural” como componentes de la identidad en el marco de los procesos de globalización (Ain- sa, 1997: s/p). En esa misma dirección Eugenia Meyer pro- pone como elemento diferenciador entre los exi- liados/asilados y los migrantes, el hecho de que los primeros salen de su país contra su voluntad por razones políticas, mientras que los segun- dos, lo hacen conforme a un «precario elemento volitivo» acorde con las causas económicas que padecen sus países de origen. Se debe matizar tal aseveración, señalando que no todos los perse- guidos políticos devienen en exiliados o asilados, considerando que los caminos de la resistencia y la clandestinidad a pesar de sus riesgos, han seguido siendo una opción política. Resulta su- gerente la propuesta de Loreto Rebolledo de re- cuperar el camino del retorno de los exiliados, como una «segunda migración», que «implicará nuevas  añoranzas y nuevos duelos» (Rebolledo,
        
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