Número 51

10 que era la praxis social de su tiempo” (Palerm, 1976: 205), con lo cual a nosotros nos permite distinguir epistemológicamente entre un con- cepto de tipo general y otro de tipo universal: el primero lleva en sí pretensión de verdad desde la lógica relativa del pensamiento producto de la aplicación de las técnicas y habilidades desarro- lladas hasta el momento, lo que hace compren- sible el hecho de que el mismo concepto gene- ral adquiera mayor especificidad en cuanto más se distancia de la abstracción y se aproxima a lo concreto de la praxis social; mientras que el concepto universal, posee pretensión de verdad desde la lógica absolutista y en lugar de adquirir especificidad al aproximarse a la praxis social, subsume a la praxis social en su uniformidad abs- tracta negando con ello la dialéctica materialista al negarle afirmando el idealismo absolutista. En ese orden de ideas, la dialéctica materialis- ta no es el método de comprobación teórica de una realidad absoluta, la dialéctica materialista es la superación del positivismo cientificista y del idealismo escolástico, es la lógica relativa que en- cuentra en base a su proceder investigativo lo es- pecífico de cada modo de producción u objeto de estudio, en este caso la cultura. Palerm lo explica de la siguiente manera (Palerm, 1976: 16): […] el modo de producción es una abstracción, tanto más valida cuanto más abstracta, que ad- quiere concreción a medida que pierde generali- dad. Es decir, a medida que se utiliza en el plano analítico para examinar la estructura, el funcio- namiento y el proceso histórico de una sociedad determinada. Esta es una tarea que Marx em- prende, de manera compleja, sólo en relación al capitalismo. Es ahí entonces, o sea, en El capital, donde hay que buscar la formación específica y detallada de un modo de producción particular. Así, podemos distinguir entre generalidad y universalidad de los conceptos ya que ambos son “adjetivos” procedentes de terrenos epistémicos diferenciados, en tanto identificamos a los unos o a los otros como producto de métodos antagó- nicos, a saber, el idealismo absolutista o la dia- léctica materialista que atiende a la relatividad en el sentido en que Lenin la describe en Marx y Engels (Lenin, 1973: 54): La dialéctica materialista de Marx y Engels com- prende ciertamente el relativismo, pero no se reduce a él, es decir, reconoce la relatividad de todos nuestros conocimientos, no en el sentido de la negación de la verdad objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los límites de la aproximación de nuestros conoci- mientos a esta verdad. Lo que hace Lenin con esta afirmación metó- dica, es precisamente objetivar la distancia que Marx y Engels tomaron respecto a la tendencia del hegelianismo de izquierda y del conservadu- rismo teórico y praxiológico que el propio Hegel, y después aplicado por Durkheim y Weber, desa- rrollaran en sus postulados. Sobre lo cual Palerm también tuvo su propia opinión (1976: 16): Quiero decir con esto que en 1859 Marx había realizado su ruptura dialéctica con la filosofía de Hegel y con el socialismo llamado utópico; había adoptado la idea de la lucha de clases como mo- tor de la historia, y había realizado los avances más decisivos en su análisis de las formaciones socioeconómicas de Occidente y Oriente. Ergo, la lógica absolutista es la negación de la participación social en el devenir histórico; los dos elementos del principio enunciado por Palerm para el mejor desenvolvimiento del pen- samiento científico, se encuentran posicionados en un terreno epistémico antagónico al idealis- mo escolástico, son la afirmación del carácter político y económico del trabajo intelectual y, a su vez, la negación del “fin de la historia” como principio conservador hegeliano en el que la do- minación de unos grupos culturales por otros queda justificado, en aras de la emergencia de un supuesto espíritu absoluto (cultura única) que en realidad lo que provoca es la cosificación del “ser” al pensar al sujeto como mero espec- tador, el cual sólo tiene para sí el ver pasar “el carro de la historia” frente suyo sin posibilidad de injerencia o conducción alguna (Hegel, 1974 y 1999).

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