Número 47

5 do su sobrevivencia, expulsados a vez de sus propios países por motivos similares que impulsan a los connacionales a emigrar. En este marco, las preocupaciones entre nosotros(as) difieren: algunos compartimos la inquietud por el alcance de la postulación proveniente de los pueblos indígenas ante la realidad de un país que ya no es mayorita- riamente pueblo originario, no porque se dude que una mujer indígena carezca de capacidad y calidad humana para ejercer esa presidencia, sino por la necesidad de concitar la adhesión de vastos sectores de la población ante la idea básica de entrar en una contienda electoral… para ganarla, por más insensato que ello parezca. Empero, algunas certezas nos aclaran el ángulo de visión, las que refieren, a partir de experiencias de primera mano, a la escasa capacidad de diálogo y autocrítica de López Obrador, de lo cual tuvimos en Cuernavaca una deplorable muestra, cuando apoyó la postulación a presidente municipal del dueño de una red de agencias de automóviles, acostumbrado a cambiar de bandera política como de cal- zones, pasando por alto el parecer de la militancia de base de MORENA. Y no menos preocupante es que López Obrador proponga textualmente en el punto seis de su “decálogo”, recién presentado, nada menos que “suscribir compromisos para lograr una mayor inversión de las empresas mineras canadienses en México, con salarios justos y cuidado del medio ambiente” como si esa actividad no generara por definición depredación y despojo inevitables. Tampoco es poca cosa, el integrar ahora a su equipo –y al rubro de “desarrollo social”– a Esteban Moctezuma, procedente de Televisión Azteca, nada menos que ex-secretario de Gobernación de Ze- dillo y participante protagónico en la trampa que tendió entonces dicho gobierno a la dirigencia del EZLN, citándola para llegar a “acuerdos” con el fin de emboscarla. ¿Cuál es el mensaje con todo ello? Mientras tanto, regresando a este momento crítico en que se vierten, a menudo desapercibidas, tantas lágrimas de niños en nuestro país, mi- grantes y no migrantes, ¿cuáles son entonces las exigencias de autocrítica para estos y otros movimientos sociales significativos, si se han de recor- dar las palabras de Dostoievsky?: ¿Puede haber lugar, para la absolución de nuestro mundo, para nuestra felicidad o para la armonía eterna, si para conseguirlo, para consolidar esta base, se derrama una sola lágrima de un niño inocente? No. Ningún proceso, ninguna revolución justifica esa lágrima. Tampoco una guerra. Siempre pesará más una sola lágrima… ¿Cuánto más vamos a esperar? Además de lágrimas infantiles por contabi- lizar, irrelevantes hoy para tantos, ¿quiénes de los aún vivos compondrán las siguientes remesas de víctimas en los años venideros, si prevalece la criminal falta de organización que necesitamos para generar una alternativa política jus- ta y viable, basada en la indignación frente al sufrimiento humano y en la re- verencia por la vida? ¿Qué bandera política puede ser más importante que esa? Y si de contar se trata, ¿cuántas lágrimas infantiles más, cuántos cu- neros quemados más, cuántas obreras y cuántos estudiantes normalis- tas asesinados más, cuántos muertos en la desorientación y la sed en el desierto o cuántos mutilados por “la bestia” o mujeres violadas en su paso por México, o cuántos abandonados a su suerte, cuántos ausentados,

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=