Número 47
18 racterizadas por su objetivo de integrar, transculturar y en algunas etapas claramente asimilar las identidades indígenas en el Estado nación a través de una alegada mezcla cultural del pasado precolombino e hispánico que vendría a dar lugar a un anhelado mestizaje. Dicha transformación se llevó a cabo en gran medida a las estrategias que se siguieron desde la teoría económica del desarrollo capitalista de las naciones, llevando servicios públicos e infraestructura a distintas re- giones indígenas “aisladas” y promoviendo proyectos productivos tales como explotación forestal y turismo. La temprana industria forestal del norte de México se asocia con la necesidad de extracción de madera en el siglo XVIII. Durante el Porfiriato -finales del XIX e inicio del XX- la industria forestal en la región se exten- dió a consecuencia de la construcción del sistema ferroviario que atrave- só desde el sur de EU hasta el desembocadero del Golfo de California. Las empresas norteamericanas a cargo de la instalación de las vías férreas son los primeros que obtienen concesiones para la explotación maderera en la década de 1880, dominando la actividad en la zona hasta el periodo revo- lucionario. En la década de 1920 la actividad reduce su tendencia, pero se aprueba la primera ley forestal con un perfil de conservación. La industria se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial debi- do a la creciente demanda del mercado norteamericano. El capital privado y la industria local adquirieron un renovado impulso en el sector forestal en la década de 1930, cuando un grupo de empresarios locales obtienen el control sobre diferentes regiones de Chihuahua, algunos de ellos median- te la adquisición de propiedad de grandes porciones de tierras boscosas con la compra-venta del Ferrocarril del Noroeste en 1946. Diferentes leyes y reformas aprobadas en los años de 1940 y 1950 autorizaron al Ministerio de Agricultura, regular la actividad concediendo también el control sobre territorios boscosos a ejidos forestales y comunidades agrarias, y creando empresas estatales. Un claro ejemplo de aquello fue PROFORTARAH, una paraestatal que controló la gestión y producción, fomentó la autogestión y producción ejidal, pero que al mismo tiempo fue propensa a la burocra- cia ineficiente, al centralismo, a la corrupción y al corporativismo. Durante este período, la oficina federal de asuntos indígenas promovió la industria forestal como eje de desarrollo económico en la Sierra, impulsan- do un modelo de autogestión indígena de los bosques, un experimento que además de ser altamente subsidiado, más tarde contó con la participación de capital privado y de las formas tradicionales de corporativismo, pero que tuvo su fin diez años después de ser creado. Las leyes posteriores en la dé - cada de 1960 y 1970 fueron orientadas a la descentralización de los servicios forestales, a la reducción de la sobreexplotación y el establecimiento de un sistema de gestión forestal social. La década de 1980 vio la aprobación de nuevas leyes para fortalecer los mecanismos de conservación. 8 Sin embargo desde aquellas fechas, sin el control real sobre la trans- formación y comercialización de la producción maderera, los beneficios en los ejidos y comunidades agrarias se limitan a aquellos derivados del 8 Véase Sariego (2000).
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