Número 47
121 de Los Volcanes; cerca de Tepetlixpa, su pueblo, hay muchas cuevas convertidas en oratorios. Allí se reúnen los aurinos, los que trabajan con el tiempo, invocando las lluvias, ahuyentando desastres; él no es de ellos. Comenzó a danzar desde niño, guiado por su padre; no se casó, vive con su hermana y sus sobrinos... tal vez dance para llenar su soledad. Es menos po- bre que otros muchos campesinos de Tepetlixpa; tiene vaca, huerta, tierras de cultivo. Pero cuando recibe una invitación para danzar abandona su faena agrícola y emprende penosos viajes. El día en que orga- nizamos una entrevista colectiva en la Ciudad de México Faus- tino se levantó a las 3 de la mañana, tuvo tiempo de ordeñar, antes de que pasara por la carretera el primer autobús rumbo a la capital. No esperaba recompensa alguna de nuestra parte, acudió porque el capitán Andrés, su compadre, lo había invi- tado, y eso convertía a la entrevista en una más de sus obliga- ciones como danzante. Se considera heredero de la obligación que su padre contrajo con la danza. Muerto ya, debe honrar su memoria según la costumbre de los danzantes. Cada año prepara una velación para recordarlo. Estuvimos en ella. Nos recibieron como amigos, más aún, como compañe- ros de la obligación (de la rciprocidad), con cantos de alaban- zas. Uno de nosotros hubo de tomar el sahumador y ofrecerlo hacia los cuatro vientos en la misma forma en que lo hacen todos los danzantes al llegar a un oratorio.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=