Número 46
67 las pláticas y Asambleas de fieles, evangelistas o mormones, donde el pastor respectivo, miembro de una comunidad local o vecinal, hablaba en zapoteco y en inglés, no en español. Sin embargo, parte del éxito de estas sectas era que en las asambleas las personas, mujeres y jóvenes sobre todo, se levantaban a leer los libros del evangelio o de los Salmos, habiendo descubierto que en realidad no leían sino habían aprendido de memoria la lectura. No hablaban español pero entendían el inglés ¿eso los haría “menos indios”? La conservación de las lenguas originarias, salpicadas de palabras y expre- siones de raíz latina, aportadas por el uso resiliente del español arcaico, y de nombres propios del santoral católico o de productos y objetos desconocidos antes de la Colonia, así como de nombres de origen sajón vehiculados por los medios masivos de comunicación, reafirman el mestizaje cultural de los pueblos originarios, y este mestizaje se compone, tanto del fortalecimiento de los rasgos supervivientes de la memoria ancestral, a través de la ejecución repetida de gestos de comunicación y de los necesarios para la producción tradicional de bienes, como de una voluntad consciente para preservar la iden- tidad colectiva, único recurso de supervivencia del sujeto por el que se explica la tenaz resistencia de los pueblos originarios del mundo ante la voracidad del poder económico, que representan individuos con frecuencia biológicamente idénticos a quienes resisten en una identidad contraria. ¿Lo indio estaría entonces en esta resistencia (necedad) para preservar una iden- tidad? No. Porque quienes resisten para conservar su identidad no se reconocen como indios y su lucha es justamente la contraria: resisten para hacer valer su identidad de “no indios”, sin por ello renunciar a ser portadores de una serie distintiva de rasgos culturales, como son las diferentes lenguas, fiestas y tradiciones alimentarias o vestimentas, todo lo que suele constituir la riqueza cultural de los países multiétnicos, tales como la República Popular de China, España, Suiza y Francia, donde las poblaciones parecen mantenerse en equili- brio, si no es que en armonía 18 ; hasta que fuerzas exteriores usan las diferencias étnicas, cultura y religión para provocar enfrentamientos y sacar ganancias de ellos, como en el aniquilamiento de Yugoeslavia, por ejemplo. O en Boli - via, Colombia y Venezuela, así como en varios países de África subsahariana y en la India, donde, si los enfrentamientos y la discriminación negativa han existido y existen, no se parecen en nada a la discriminación de lo “indio” que persiste en México. Y no se parecen porque, en México, lo “indio” no existe, ni existe el “indio” objetivamente, sino que éste es una construcción residual de la memoria dolorosa de la Conquista y la Colonia, desplazada de los unos a los otros según sean su posición en la escala económica y en la escala social, cualquiera cosa que ésta quiera decir, pues sus parámetros son vagos para el intelecto, indescriptibles en palabras e inasibles en la práctica. Es decir que nadie ha podido definir lo que es la indianidad en México ni quién es un indio de carne y hueso y quien no lo es, quien posee una parte de indianidad o no posee en absoluto este estigma, sin entrar en contradicciones que disuelven su propia argumentación. 18 No se sabe de discriminación de un grupo en particular contra otros grupos nacio- nales de estos países.
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