Número 46

58 que ellos podían transmitir, pues recuerdo particularmente el piropo de un albañil sentado en el suelo que, con su torta en la mano, exclamó cuando pasé frente a él: “¡ Qué le pasó hoy al cielo que las estrellas salieron tan temprano !”; no:, la incomodidad era -y sigue siendo- la evidencia de mis privilegios ante las carencias ajenas, y en ese entonces la incomprensión de desigualdades, que no eran las normales diferencias entre individuos, sino la perceptible existencia de muros entre grupos económicos y sociales cuya explicación no tenía … No fue, sino hasta mi primer viaje a Francia de un mes (país donde fi - nalmente estuveviví durante más de treinta años), que comprendí mi fobia juvenil a salir a la calle en mi ciudad natal, pues en el país galo me convertí en alguien como todos los demás o, para expresarlo en la lengua de ellos: fui comme tout le monde , es decir, obtuve una visibilidad aceptable dentro de la invisibilidad general, posición social que me dio la paz de quien se acepta a sí mismo sin condiciones. Pero todavía hube de profundizar la experiencia de las desigualdades en mi país. Nuestro paisaje social es duro como una pared de basalto, con estratos y columnas ferozmente marcados, y los que podrían ser matices de una socie- dad pluricultural pero que en la nuestra constituyen diferencias con subtítulos crueles o cortesanos, según sea la posición de quienes los aplican, no sólo a una oralidad distinta de la propia, sino a las actitudes corporales, al tono de la piel, a las costumbres alimentarias y al vestido, entre otros rasgos diferenciales que señalan tanto a grupos de connacionales como a individuos, con una carga de discriminación -tanto positiva como negativa- que sitúa constantemente, al Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización)

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