Número 46
57 Nota de la autora: El siguiente texto toma las líneas centrales de mi tesis de doctorado intitulada “La indianidad, cuestión de grados” (en el original: L´indianité, question des dégrés , bajo la dirección de Mau- rice Godelier, para la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1994-2000). C omo muchos niños mexicanos biológicamente mestizos y de clase me- dia, supe desde mis primeros años que había otros mexicanos, more- nos, que hablaban mi idioma con torpeza y eran más pobres que mi fa- milia. Sin embargo, las chicas que nos cuidaban, a mis hermanos y a mí, apenas mayores que el mayor de nosotros, me revelaban mundos insospechados con sus historias de aparecidos, muertos que regresan a cuidar a los suyos, o con su mágica interpretación del catolicismo, que en mi casa era tema ignorado -si no es que tabú- pero que, revelado por ellas, me daba una seguridad suficiente para quedarme dormida sin miedos ni preguntas insolubles por mí misma. Estas jóvenes cargaban con nosotros cuando nos desperdigábamos entre las calzadas del bosque de Chapultepec, mis hermanos en sus sendos trici- clo y bicicleta, y yo, aventurera, atravesando las yedras rastreras salpicadas de florecillas azules, cuyo centro contenía una gota de miel que chupaba con culpa por dejarlas exhaustas, mojándome de rocío zapatos, pantorrillas y muslos, mientras, de tiempo en tiempo, buscaba con la vista a mi fiel guar - diana quien tenía ojos para los tres niños. Más tarde, ellas nos llevaron a mi hermano menor y a mí a las matinées de cine y, si era posible y ante mi insistencia, ahí donde proyectaran tres películas corridas de mi secreto amor: Pedro Infante, cuyos papeles de hombre del pueblo, valiente y digno, y en una ocasión el del “ indio ” Tizoc, eran la representación de la hermosura del hombre mexicano -que a mis ojos él compartía con mi padre- inclinando para siempre mis preferencias en materia amorosa. En cuanto a mis fobias, entre otras tenía la de no querer salir a la calle -fue- ra del inevitable trayecto a y de la escuela-, pues no sólo me incomodaba mi estatura superior a la media de mis compatriotas, sino sobre todo mi inocul- table pertenencia a una clase privilegiada dentro del conjunto. Mi fobia llegó a preocupar a mi madre, quien creyó se debía al malestar de sentir la mirada de los obreros sobre mi adolescencia aún reprimida, pero no era la sensualidad Yuriria Iturriaga La indianidad , cuestión de grados
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