Número 46
30 estigma social, político, ideológico, simbólico y/o moral, a ciertas cate- gorías de personas y/o agrupaciones (estigmatizadas) con fines de ex - clusión, victimización, rechazo, expulsión, castigo, sometimiento, mar- ginación, opresión, explotación, esclavización, etcétera. En ese proceso racista de racialización (valga la reiteración) se destilan etnocentrismos, jerarquizaciones, animadversiones, discriminaciones, odios, desprecios, aberraciones, guerras, y/o violencias inhumanas de todo tipo. Bajo esas lógicas de comportamientos, actitudes, pensamientos y prácticas; cual- quier acto y/o discurso es susceptible de justificación, legitimación y/o legalización por parte de instituciones, organismos, agencias, grupos o individuos racistas. Se crean condiciones, ambientes o circunstancias donde llegan a im- perar odios a varios niveles entre agrupaciones y/o personas, trátese de etnias, sectas, iglesias, castas, fracciones, clases, naciones, Estados, blo- ques de países, etcétera. Y como señalamos al principio se sintomatiza de manera compleja el miedo a los otros bajo la supuesta defensa de valores, honores, lealtades, intereses, propiedades, exclusividades, etc., particu- lares de “nosotros”. Quizás, existan “raíces” arcaicas del racismo en las sociedades primi- genias e indivisas, al momento en que ellas interaccionan y se confrontan en sus identidades, exclusividades y especificidades. Sin embargo, la gé- nesis del racismo es moderna y capitalista, nace junto con el colonialidad, la acumulación originaria, el saqueo de recursos a nativos americanos, la expropiación y expulsión de los campesinos europeos, la esclavitud de africanos, el control de los cuerpos, la expoliación de asalariados, muje- res y niños, etc. Desde el siglo XVI hasta el siglo XXI se despliegan sus formas históricas a partir de sus características estructurales, desde el colonialismo hasta el trumpismo, pasando por el darwinismo social, los nazifascismos y el apartheid. También sus formas concretas, desde las reservaciones y las castas, hasta los guetos, pasando por los hospitales psiquiátricos y los campos de concentración. En dicha situación moderna y contemporánea, por ejemplo, imperan como cosmovisiones, mitologías y prejuicios prácticos: la superioridad de los propios frente a la inferioridad de los otros; el nosotros los blancos frente a los otros de color; nosotros los occidentales frente a los otros orientales; nosotros los civilizados frente a los atrasados; nosotros los elegidos frente a los otros los condenados; nosotros los desarrollados y tecnologizados frente a los subdesarrollados y analfabetos; nosotros los dueños frente a los otros desposeídos, nosotros la gran nación frente a los otros de las pequeñas naciones, etcétera. A mitad de siglo XX, en 1948, después de los horrores, destrucciones y mortandades masivas de las dos guerras mundiales y sus alimentos y secuelas de movimientos nacionalistas, chovinistas, xenófobos y racistas extremos, la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su Resolución 217 A (III) aprueba y adopta la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que es un documento declarativo en el que se recogen en sus 30 artículos los derechos humanos considerados básicos. En sus dos primeros apartados se lee:
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