Número 45

15 campesinos e indígenas, los neolatifundistas y los comisarios ejidales que en realidad no han sido más que agentes de la dominación de los grupos hegemónicos. Todo este panorama de atraso cuasi decimonónico alterado hoy por una modernización arrolladora y salvaje. A la violencia de arriba se ha contestado no pocas veces con la prove- niente de abajo, y Guerrero ha sido un sitio plagado de vendettas , lucha contra los poderosos, agrupaciones guerrilleras. Y mucho de la violencia de algunos grupos previamente adversos a la violencia se ha dado porque las vías pacíficas y legales para la resolución de los problemas no han existido. La noche de Ayotzinapa No tengo aquí espacio para referirme a todas las luchas que el pueblo gue- rrerense ha llevado a cabo a través de la historia (por ejemplo, la gesta de los zapatistas guerrerenses en la revolución iniciada en 1910). Debido precisamente al impulso revolucionario, en casi toda la república mexicana, de 1910 a 1940, se efectuaron grandes campañas educativas con objeto de aportar conocimientos en diversas ramas científicas a grupos otrora mar - ginados en esos terrenos, como los campesinos e indígenas. Una expresión de ello fue la creación de las normales rurales, centros escolares para la formación de maestros que impartían sus conocimientos a comunidades in- dígenas y campesinas a efecto de procurar su progreso y su modernización. Al igual que otras instituciones de la época, como los internados indígenas y las misiones culturales, se distinguieron por su carácter politizador y progresivo, lo que desde un principio les causó el rechazo de grupos con- servadores y de las clases sociales “a las que había hecho justicia” la revo- lución, las que crecían en poderío y riqueza a medida que se desarrollaba el capitalismo en el país. El analista Simón Vargas, refiriéndose a estas escuelas, expone lo si - guiente: “Posteriormente (a las normales, FJG) se les catalogó como se-

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