Número 45
12 Ayotzinapa marca los límites de un apesadumbrado conformismo y una supina ignorancia. Ahora hemos arribado al bosque incendiado del hartaz- go. Estamos hartos de la pobreza, de la corrupción, de la delincuencia, de la explotación, de la discriminación, del sexismo, la oligofrenia y de funciona- rios públicos rufianescos. Pero, ¿A qué se debía mi escepticismo? Tenía una razón de ser: En todo el siglo XX y lo que va del XXI ha habido una multitud de Ayotzinapas, y no poca gente recuerda varios de ellos: Tlatelolco, Acteal, El Charco, Aguas Blancas. Sin embargo, muchos de los grupos poderosos que se han beneficiado con estas oleadas sangrientas han logrado que muchas de ellas sean borradas de la memoria histórica y debilitadas en la memoria colec- tiva. Hace algunos años dos importantes pensadores, Carlos Monsiváis y Manuel Aguilar Mora, escribieron un sagaz artículo en la revista Siempre! titulado La matanza olvidada. Carlos y Manuel se referían a una brutal ofensiva de las “fuerzas del orden” en contra de una muchedumbre com- puesta fundamentalmente de campesinos que protestaban contra un fraude electoral cometido en perjuicio del candidato presidencial Miguel Henrí- quez Guzmán en el año 1952 (al parecer, dado el control oficial de los pro - cesos electorales, el candidato favorecido por el aparato gubernamental, Adolfo Ruiz Cortines, efectivamente resultó vencedor, pero las prácticas fraudulentas en el proceso se caracterizaron por su abundancia). Muchos henriquistas fueron asesinados y otros sufrieron prisión. La elite proempresarial que tomó el poder en 1917 dejó ver su atroz rostro de Mr. Hyde al tratar de eliminar a la oposición: El Carrancismo se distinguió por la victimización excesiva de campesinos zapatistas y por los incendios de los pueblos de los labriegos (el infame asesinato de Emiliano Zapata, ese heroico redentor suriano, fue la expresión simbólica de todo un genocidio en contra de hombres y mujeres que luchaban por su emancipación).
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