Número 44

14 mas ( Tepetzinco. La voz de la Romero Rubio y sus alrededores , núm 2, marzo-abril 1991, pp. 8-9, 11-12, 21-22 y 24), de los cuales se sentía muy orgullosa, y que eran, como el mole, producto de su capacidad culina - rio-artística, puesto que era una excelente cocinera: cuando uno degustaba lo que pre - paraba, uno se chupaba fervorosamente los dedos. De aquí que, como un último, pero no final, merecido homenaje, nos permitire - mos transcribir aquí sus cuentos y sus poe - mas, que muestran, nos parece, simbolica y metafóricamente, su postura y vitalidad ante la vida, así como sus pasiones, desvelos y desasones cotidianas: Olas Jamás he visto una ola, mas creo saberlas dolorosas; no sé, me dan la impresión de estar hechas de lágrimas y no de agua, y que son tan dolorosas a veces que forman ríos, mares y a veces oceanos; además,r me parece tienen como compañero a un cielo que adivino ajeno, distante, indiferente Hoy una ola esta tarde vi caminar, sollo - zar, entristecer, compadecer y decir adiós, entre ramos de flores, coronas y duelo. Ca - minaba silenciosa, laxa, arrastrando pies, oraciones, dolor, recuerdos y luto. Yo caminaba a su ritmo, venía a decir adiós también a mi ser, mi ser infancia, mi ser adolescente, mi ser madura, mi ser mujer, yo arrastraba una niña llena de amor, juegos, cantos, oraciones, vi - vencias, experiencias de ratos y vida, yo arrastraba a esa niña que soltaron de la mano injustamente y no hallaba dónde asirse, una manecita que no atinaba a decir adiós, se negaba, sólo controlaba un movimiento que de vez en vez secaba su llanto, se convulsionaba de dolor; una niña que pedía a esa imagen querida la oportunidad de partir con ella, de seguir conviviendo, amando con ese amor que transforma y hace más humano al que lo siente, ese amor bello, hermoso, eterno. Inútilmente traté de calmarla, consolar - la, no escuchaba, sólo atinaba a decir una palabra de cuatro letras, que babeaba en un grito de cachorro herido de muerte, pidiendo ayuda. Tuve que tomar con vio - lencia a ese pequeño ser, en su afan des - esperado por seguir la imagen de aquel cuerpo inerte, que ya no le escuchaba, en un último intento que la hizo desfallecer y convulsionars de dolor. Mas ahora le

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