Número 44
12 prueba y degusta y descubrirás la alteri - dad o tu identidad colectiva. La comida y la bebida configuran, cotidiana y extraor - dinariamente, el nosotros, propio y ajeno. La comida y bebida modelan la tradición cultural en esa puja intergeneracional en - tre su reificación o reinvención. Prisma y espejo de su elaboración, así como del sabor, del aroma y de su decoración. Los tiempos y lugares para sus consumos sig - nan sus variaciones y sentidos. Cuando dejamos atrás nuestros te - rruños primordiales e iniciamos un pro - longado y accidentado proceso de acli - matación o mímesis cultural en otras sociedades, el tema gastronómico nos suscita demandas, desencuentros, apren - dizajes y nostalgias. La gastronomía puede generar para - dojas y desencuentros. A cuarenta años de residir en el altiplano central de Mé - xico, me atraía y atrae la comida maya o yucateca, salvo una oferta amical: el mole de San Pedro Actopan de la fami - lia Claro Álvarez y su magistral, añeja y hermética receta. ¿Qué de especial ten - drá en este mole que no tienen los otros? La peculiaridad del mole de San Pedro Actopan radica en su textura almendra - da. Las claves de su singularidad están en sus modos de elaboración y en los gustos. No todos los moles, aunque en la forma se parezcan, saben lo mismo, ni siquiera los que se preparan en un mismo pueblo o comunidad como San Pedro Actopan. Su tradicional feria del mole moviliza a la mayoría de sus familias y deben atender algo más de seiscientos mil visitantes. Sin lugar a dudas, algunos linajes familiares, como de los Claro Álvarez, preservan y valoran su sazón y, por ende, sus recetas, la mayoría de las veces, transmitida por vía oral y culinaria. Cuando la antropóloga Belem solía invitarme en su casa al mentado mole, sabía que no me contentaría con un solo plato. Estaba preparada para ello. Algo de orgullo cultural había en el acto mismo de brindarle su mole familiar al amigo andino. El mole justificaba la vi - sita amical y la plática, las cuales eran, a pesar nuestro, esporádicas. Vivir en dos ciudades distintas no ayudaba. Por eso, cuando solíamos hablar por teléfono u ocasionalmente nos encontrábamos, en broma, le decía: “¿Cuándo me invitarás mole?” Parecida demanda le hacía a su compañero de vida: “Dile a Belem que sigo esperando ese mole soñado, imagi - nado o prometido”. Belem se mataba de risa, Xavier Solé, dibujaba en su rostro una sonrisa cómplice. Belem: pequeña amiga de alma grande y buena garra. Belem fue mi alumna, quizás en 1979 o 1980, terminó Antropología Social, pero decidió no ejercer y seguir con entusias - mo la especialidad de Antropología Físi - ca. Desde el primer semestre de su pri - mera carrera devino en representante de su grupo académico. Tejía demandas, re - des y acciones. Le reclamaba alegremen - te a los maestros, congruencia política y académica. Muchas urgencias afectaban la vida institucional de la Escuela Nacio - nal de Antropología e Historia (ENAH) y del propio INAH. Antes de iniciar sus es - tudios se había entregado a la lucha an - tigubernamental y a la maternidad. Sus filias de izquierda fueron macerándose con el tiempo, entre lecturas, acciones y nuevos compromisos. Una sensibilidad de nuevo tipo redondearon su madurez ciudadana y académica.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=