Número 43

16 nes y a los mayores de 45 años, precarizan - do su existencia. Eso favoreció, sin lugar a dudas, la concentración de la riqueza en pocas manos, al punto que la revista Forbes puso en vitrina a los latinoamericanos que se hicieron inmensamente ricos. Las polí- ticas tributarias acentuaron la desigualdad y descuidaron a los grandes evasores fis - cales, que trasladaban sus capitales a los paraísos fiscales.   Los nuevos gobiernos de orientación popular y reformista, asumieron diversos grados de distancia y ensayaron diferentes modos de rectificación frente a las políti - cas neoliberales en desarrollo. Representa- ron para las mayorías, muchas expectati- vas de renovación y apoyo. Una especie de freno al capital era necesaria. Una reorien- tación del gasto público dirigido a levantar los alicaídos servicios públicos de salud, vivienda y educación recibió adhesiones y dotó de legitimidad a dichos gobiernos. Así, ¿cómo llamarlos? Las corrientes ideo- lógicas y políticas de los sectores neolibe- rales y conservadores, acuñaron gastados marbetes: «populistas», «neopopulistas», “estadolatras», «socialistas». Los más re- calcitrantes y reaccionarios reprodujeron los estigmas de la Guerra Fría: “comunis- tas”, “totalitarios”, “liberticidas”. Las de- rechas vieron con preocupación la reani- mación ciudadana de franjas amplias del pueblo que se movilizaban, con bastante cercanía con estos gobiernos. Unos y otros coincidían en que las empresas estatales o para-estatales probaban su fracaso a la luz de los hechos, lo cual no era tan cierto. Las iniciativas del capital privado nativo podrían argüir que todo lo que hacen está rodeado de éxitos y beneficios para ellos y para la nación. Pruebas de lo contrario hay muchas, muchas más que las que ex- hiben contra la administración pública. Habría que ver las dos caras o aspectos de la contradicción, las dos caras de la luna privada o pública. Los nuevos gobiernos no reprodujeron las añejas lógicas de los gobiernos populistas que se gestaron en- tre nuestro continente entre 1918 y 1955. Fueron menos autoritarios, dieron mayor juego a la participación social a través de referéndums y consultas abiertas. Maneja- ron de otra manera los proyectos y progra- mas de servicios, inversión y desarrollo de infraestructuras.  Más tarde vendrían nue - vos desencantos: la corrupción contaminó a parte de sus equipos de gobierno y sus yerros se agravaron cuando vino la fase de desaceleración de las exportaciones e in- gresos de divisas.  Una nueva semántica y un nuevo rumbo para las izquierdas ¿Cómo llamar a estos gobiernos, a sus re- presentantes y adherentes desde el ángulo de una intelectualidad crítica y de izquier- da? No había posibilidad de consenso y de debate alturado, los espacios académicos se habían vuelto anémicos frente a la realidad nacional y continental. Muchos intelectua- les dejaron atrás el legado de la ética del compromiso social y político. Los restantes pusieron de moda, entre nuestros afines y colegas, una noción ideológica que nos re - sulta de mal gusto, equívoca y deprimen- te: la de «progresismo», un ismo al vapor, un ismo disfraz. Le siguen sus derivados: progresista, progre..., gobierno progresis- ta, progresismo latinoamericano, progre- sismo andino. Un término que reproduce una añeja y gastada concepción lineal de la historia. Sus raíces nos remiten a la fra- seología, los ideales y los programas bur- gueses, cribados entre el iluminismo del

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