Número 42

33 la dependencia semi-colonial de América Latina hacia Estados Unidos, ni tampoco las estrategias a largo plazo de la política exterior norteamericana para la región. Por supuesto, la llegada al poder del gobierno de Ronald Reagan (1980), con su retórica de la “segunda guerra fría”, entusiasmó a los militares argentinos que lo presentaron como un hecho venturoso a través de la televisión estatal y demás medios controlados por la dictadura. El mismo entusiasmo que la “TV milica” había manifestado ante el triunfo electo- ral de la Maggie “Bloodie” Thatcher en Gran Bretaña en 1979. Argentina mejo- ró sustancialmente sus relaciones con Washington y hasta mandó a “asesores” a entrenar a los “Contra” nicaragüenses y a los escuadrones de la muerte de El Salvador. Tanta deferencia no alcanzó para que el gobierno de Reagan tuviera una posición favorable, o medianamente benevolente hacia la Argentina durante la guerra de Malvinas, como ingenuamente el dictador alcohólico Galtieri pensó que podría llegar a suceder. Con el “progre” Carter y con el “Halcón” Reagan la ló- gica de la guerra de bloques se mantuvo incólume. La dictadura argentina no po- día aspirar más que a jugar el papel de un efectivo aliado de los norteamericanos, defendiendo el sacro orden capitalista en su espacio nacional y regional. Bajo ningún concepto podía permitirse tener arrebatos anti colonialistas que afectaban a un aliado estratégico de primer orden de Estados Unidos, como era Gran Bretaña. Pasaron muchos años. La guerra fría ya no dicta los parámetros generales de la política mundial y ya los golpes de Estado no son el método más efectivo para defen- der el orden imperialista. Incluso, como dato de color, un presidente negro (¡mejor dicho, mulato!) gobierna en la principal potencia imperial del mundo. Entonces, se preguntará: ¿hay razones para estar tan molestos con la visita del presidente nor- teamericano en el aniversario de la dicta- dura militar? Contestamos que sí. Porque los objetivos de la política exterior nortea- mericana que ensangrentó América Latina durante los años de la dictadura siguen vi- gentes. Para probarlo están las intervencio- nes en el Golfo Pérsico (1990, 2003), en los Balcanes, los bombardeos a la pobla- ción civil en Somalia y los bombardeos en Afganistán llevados adelante por el señor Obama. También la caza y muerte de Bin Laden, que por más despreciable que fue- ra este personaje, no dejo de ser un clásico acto de intromisión imperial en el territo- rio de un país extranjero, al mejor estilo de película de Stalone o de Chuck Norris. Ni que hablar de las operaciones de golpe ci- vil, como las que se llevan adelante contra el gobierno de Venezuela, o el aliento al secesionismo pro-imperialista y reaccio- nario de la derecha boliviana enfrentada al gobierno de Evo Morales. En el mundo post guerra fría los golpes militares están un poco obsoletos…pero los mismos fines se persiguen por otros métodos. Sin que por eso se desdeñe del todo volver a recu- rrir a los viejos métodos, si los actuales no alcanzan. ¡Es la vieja lógica de cubrir el puño de hierro con un guante de seda! Obama es el titular de un Estado que si- gue siendo el instrumento de un esquema de dominación mundial que nos mantiene en una posición semi colonial y subordi-

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