Número 41

39 algo muy característico de buena parte de los articulistas o de programas televisi- vos como “Primer plano”. Estos politólo - gos, que son considerados más o menos progresistas, se hallan descontentos con el “tipo de democracia” predominante y, como no van al fondo de la cuestión ni advierten que el tumor maligno que sub- yace a dicha democracia es el capitalismo, tejen en el vacío y sus denuncias invete - radas de las irregularidades electorales, la corrupción rampante, el tráfico de in - fluencias, la violación de tales o cuales de - rechos humanos, etc., los coloca del lado de quienes, si no se diagnostica la esencia de la enfermedad y se toman las medidas para combatir no los efectos de la pato - logía, sino sus causas, se conforman con buscar un alivio o la mitigación del sufri - miento de una enfermedad incurable. P.- Pero, maestro ¿existen hoy en día po - sibilidades reales de curación? ¿Podemos aún hablar del socialismo como la terapia histórica del capitalismo? R.- Enfoquemos este problema de manera histórica, desde el siglo XIX hasta la fecha. En un primer momento se vio la  revolu- ción –lucha armada y guerra civil- como el medio pertinente no sólo para aliviar (o producir reformas progresistas) sino para curar la enfermedad pública que nos tenía, como nos tiene, bajo su patógeno condicionamiento. La Comuna de Paris, la revolución de octubre, la revolución china o la revolución cubana pretendían apuntar en esa dirección. P.- ¿Y ese planteamiento se ha vuelto ob - soleto? R.- Sí y no. Sí, porque ahora los pueblos no quieren la violencia ni existen las condiciones para que pueda transitarse victoriosamente por esa ruta; y no, porque sí desean, no siempre de mane- ra consciente, una transformación re-volu - cionaria o sea un cambio estructural que los beneficie verdaderamente. Revolución no es sinónimo de lucha armada. P.- Sea más explícito. R.- En cierto momento se consideró la revolución violenta (de los de abajo con - tra los de arriba) como la única vía para la curación, para el aniquilamiento de esa enfermedad de enfermedades que es el capitalismo. Pero resultó que 1) como conducía no de la enfermedad a la salud, sino de una enfermedad a otra -o sea del capitalismo a un régimen que no tenía del socialismo sino el nombre-, 2) como el precio de la mutación era altísimo en dolor, sangre y lágrimas y 3) como la ma - yoría de la gente, por todo ello, no quiere oír hablar de tal violencia, la lucha ar- mada ha desaparecido como opción de cambio, lo cual significa que no es, hoy por hoy, y en general, el medio adecua- do para curar o aliviar la enfermedad del capitalismo. P.- ¿El pueblo quiere, sin embargo, un cam - bio, algo así como una revolución pacífica? R.- En efecto, muchos han pensado que  la lucha electoral podía servir no sólo para aliviar, sino para extirpar el mal que corroe las entrañas de la sociedad y pasar a una formación de relativa salud pública. Tal el caso, para no mencionar más que un ejemplo, del sueño de Salvador Allende. P.- ¿Y está clausurada tal posibilidad? R.- Me parece que sí. En la actualidad se puede llegar a la conclusión de que no existe la menor posibilidad de que la vía electoral por sí misma conduzca a la cu- ración en ninguna parte del mundo, Mé - xico incluido. P.- ¿Tal vez curar no, pero aliviar sí? R.- En efecto. Con algunas reservas, se puede aceptar que, en ciertos países y en ciertos momentos, la ruta electoral, acom- pañada de un fuerte movimiento social -como en los casos de Bolivia, Ecuador, Venezuela- puede intentar dar un respiro, desactivar un sufrimiento, pero ni es esta - ble tal situación ni puede curar o erradicar la disfunción patológica estructural.

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