Número 38
21 El resultar victorioso también inspira- ba la sensación de inseguridad en aquellas poblaciones gobernadas por élites menos exitosas, ante el posible ataque de ciuda- des más poderosas. Este temor debió in- fundir la necesidad de ser protegidos por un grupo más grande y más temido que desalentara a los grupos rivales (Martin y Grube 2008). Durante las guerras, varios individuos fueron capturados y llevados de vuelta a la ciudad que había resultado vencedo- ra. Estos personajes fueron exhibidos en espacios públicos, después de haber sido sangrados y torturados, para ser sacri- ficados en alguna ceremonia relevante. Schele (1979) señala que estos cautivos tuvieron dos funciones primordiales: por un lado, la función política de celebración pública de la derrota del oponente y, por otro, la ritual, en la que se llevaba a cabo el sacrificio del cautivo y el derramamien - to de su sangre que, a través de la reli- gión, se planteaba como necesario para la perpetuación y equilibrio del cosmos (Schele 1979; Stuart 2003). Sin embargo, el sacrificio humano no fue el objeto primordial de la guerra sino el resultado político de la misma (Kaneko 2009). Es decir, los objetivos principales de éstas fueron la obtención de materiales (en bruto o transformados) y, sobre todo, de fuerza de trabajo, mientras que la toma, exhibición y sacrificio de prisioneros constituía un mecanismo ideológico de intimidación y legitimación, sostenido y justificado a través de la ritualidad y la religión. Esto es, que aunque el sacrificio fuera regulado y prescrito por la religión, ello no significa que dicha muerte no fuera relevante en términos políticos y sociales. Debido a su preeminencia y al papel po- lítico que jugaban, no todos los adversarios eran muertos en batalla: los individuos de mayor rango eran llevados al centro ven- cedor para ser exhibidos y humillados pú- Figura 3. Cautivos en los murales de Bonampak. Tomada de internet (http://zoommexico.net/wp-content/ uploads/2014/10/bonampak.gif)
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