Número 31
9 Portada del libro La cuarta fronte- ra de Baja California y el gobierno surpeninsular del General Francisco J. Múgica. México: INAH, 2001. objeto por parte del régimen de Avala Ca- macho. A partir de su retorno a su terruño primordial, Michoacán, libró sus últimas contiendas políticas. El general sobrevivió al sexenio de Alemán y coadyuvó a frenar su soñada reelección, pero no a desactivar la hegemonía del ala veracruzana del PRI. Le tocó ver el inicio del mandato de Adolfo Ruiz Cortines y constatar que seguiría el mismo cauce de su predecesor de cara a la guerra fría, es decir, de subalternización de la política mexicana al dictado imperial y la profundización del giro contrarrevolu- cionario, para decirlo con las palabras de Múgica y de Gregorio Sosenski. Entre la dedicatoria y los epígrafes Un libro, muchas veces dista de ser conce- bido como un despliegue argumental, ra- cional y frío en aras del culto positivista de la objetividad. El trabajo de investigación como el de la exposición de resultados, la escritura pues, tiene que ver con la coti- dianidad y con los vínculos que posibilitan su realización. Hay algo de ofrenda íntima, muy familiar, en esta obra de Gregorio condensada en la dedicatoria a su familia migrante: « A Bernardo y a Sonia. A mi amada e inolvidable Anita. A Susana, Pau- la y Sebastián ». Cada capítulo va precedido por epígra- fes, en total suman veintinueve, una cifra bastante elevada que muestra la importan- cia que ellos tenían para Gregorio. Antes de formular algunas preguntas y respues- tas tentativas es pertinente hacerse dos preguntas: ¿De qué tradición vienen los libros con epígrafes? y ¿qué función cum- plen en las obras? Muy pocos saben que la tradición del epígrafe es un producto letra- do de la modernidad cribado en el campo intelectual inglés en la segunda mitad del siglo XVIII. A comienzos del siglo XIX fue aceptado con entusiasmo en los medios in- telectuales franceses y poco más tarde en otros países, extendiéndose dicha práctica a los intelectuales españoles y latinoa- mericanos. En ese proceso los epígrafes transitaron de las novelas a los productos de otras disciplinas como la filosofía, la economía y la historia. Víctor Hugo hizo notar algo más sobre su lugar y función al escribir que los: « epígrafes extraños y misteriosos que aumentan singularmente el interés y dan más fisonomía a cada parte de la composición ». El epígrafe es una partícula de ideas, en parte ajena y en parte reapropiada. Es una especie de satélite extraño que gira en torno a la obra. Responde a algo más que un criterio estético, habla del autor a través de la palabra de otro. A diferencia de la cita, el epígrafe se ubica arbitraria- mente, dice y no dice. Puede referir una identidad intelectual cargada de autoridad en el campo cultural o consignar la fuerza de sentido de un autor no identificable. En uno y en otro caso, sus palabras son provo- cadoras, tienden a suscitar en los lectores preguntas o reflexiones, a veces solventar nuevos pareceres. El epígrafe fue con el tiempo migrando de lugar en la estructura de los libros. Pasó de la portadilla o pestaña del libro, a ubi- carse únicamente en ese espacio interme- dio entre la dedicatoria y el prólogo. Más
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