Número 31

8 General Francisco J. Múgica. http://www.jornada.unam.mx/ la cual generó un borrador voluminoso de más de mil cuartillas a espacio y medio. Esa primera parte en realidad era otra tesis y la tuvimos que sacrificar para quedarnos únicamente con las ochocientas cuartillas restantes, esas sí dedicadas al gobierno de Múgica en el horizonte fronterizo calisure- ño y que en examen de grado recibió todos los honores. Consideró, como se lo dije a Gregorio en su momento y ahora a sus dos hijas, legatarias de sus escritos, que dicho texto merece publicarse, se trata de una historia social regional, destinada a llenar otro vacío historiográfico. Más tarde vino la tesis doctoral, que continuó con éxito la cala sobre Múgica, incorporando esa distancia que su esposa y algunos amigos y colegas le reclamába- mos. El general revolucionario se hizo más humano, sin perder su lugar en la historia mexicana de esos años broncos que no se agotaron con la Revolución. Pero Gregorio no se contentaba con ello, convirtió a Mú- gica en ícono de su propia lucha ideológica contra la historiografía oficial de la Revo - lución mexicana. Gregorio descubrió en el curso de su investigación que la vida pública no po- día disociarse de la privada, aunque debía aprender a trazar los límites de lo permi- sible y publicable. La suya propia merece ser tomada en cuenta a modo de homenaje. La imagen proba del Gregorio docente, ac- tivista político y sindical y amigo genero- so, guardaba una línea de continuidad con su papel de padre y esposo protector. ¿De dónde sacaba fuerzas Gregorio para mul- tiplicarse y mantener la coherencia frente a los compromisos de la vida y del traba- jo académico? Mucho tuvo que ver Ana Correa, su compañera de exilio. Ella fue su sostén a pesar de ese cáncer que la fue consumiendo día a día. Juntos, como médi- cos, bregaron contra la enfermedad hasta su sentido deceso. Cada éxito académico de Gregorio, cada momento gozoso fami- liar, tenía algo de deuda explícita con Ana. Había algo de sublimación y algo de pena. Deberse a sus dos hijas paliaba su ruda so- ledad. Vísperas de su partida, mi esposa y yo lo visitamos en su casa, estaba animo- so, detallamos la mesa redonda para dar cuenta del triunfo de Evo Morales y sus re- sonancias mexicanas y latinoamericanas. Nos habíamos comprometido a abrir una mesa redonda al respecto. Conseguimos fecha y lugar en el auditorio del Palacio de Cortés. La víspera, lo llamé y no respondía el teléfono, vivía solo. Muy de mañana in- sistí y no contestaba la llamada. Horas más tarde me enteré que había fallecido el día anterior, quizás una o dos horas antes de mi fallida llamada. Perdimos a un colega y a un amigo. Perdimos a un historiador. Gregorio reaparece en escena acadé- mica y en nuestra memoria gracias a este libro póstumo. Las 486 páginas de esta voluminosa y significativa obra, compren - den cinco capítulos, los cuales cubren los últimos años del general Múgica durante el sexenio priísta vivido entre fines de 1946 y 1952, bajo la égida de Miguel Alemán Valdés (Sayula de Alemán, Veracruz; 29 de septiembre de 19001 – Ciudad de Mé- xico; 14 de mayo de 1983). Múgica había concluido con dignidad su papel de go- bernador del territorio de Baja California Sur, a pesar del hostigamiento de que fue

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