Número 30
20 y de varias publicaciones, las cuales justa- mente cuestionan la visión consagrada por los conquistadores y sus seguidores, no por el ánimo de fastidiar al conquistador como muchos supondrían, sino justamente por ir develando el mundo de las analogías –como explica Buscho--, de los referentes previos como explicó Irving A. Leonard, los prejuicios y de una historiografía con- temporánea totalmente acrítica, como lo han mostrado Nuño y Rozat. Efectivamente, podemos estar en los tiempos de los prolegómenos para volver a pensar la conquista y los mundos que quedaron sepultados y silenciados por la imposición de una sola manera de ver y creer lo existente. Yo estoy convencido que esos tiempos idos en efecto ya se fue- ron, que son irrecuperables, porque no se puede hacer hablar a las piedras y menos si nuestros únicos referentes son las voces de los mismos conquistadores. Mucho ha- bría que trabajar de manera paciente para siquiera imaginar a partir no de lo parti- cular y las apresuradas identificaciones de lo concreto con lo abstracto, que la hu- manidad no necesariamente es una y que la manera de ver la historia de Occidente es una, pero no necesariamente la única y valedera. Todo ello es casi imposible si- quiera imaginar, porque estamos hablan- do desde Occidente y bueno, ello tiene muchos problemas pero justamente por lo mismo no deben desistir de seguir buscan- do, tal y como lo hacen los historiadores y filósofos que ya he referido, haciendo otro tipo de trabajo donde se investiga y se cuestionan las esencias de los pasados y, no lo accidental o accesorio, tal y cual lo hace en nuestros días Christian Duverger. Allá usted si quiere gastar más de tres- cientos pesos en un libro que desde mi punto de vista no aporta nada nuevo, más que una pura especulación que pierde todo sentido, pues no discute la esencia de los contenidos de la Historia . Si ellos hubiesen sido satisfactoriamente exhibidos, con- trastados, valorados en relación con otras fuentes de información a más de aclaradas las contradicciones, errores, omisiones, deformaciones, adulteraciones, herme- néuticas obscuras y demás circunstancias aleatorias de esa Historia, sería otra cosa , ya que quedarían perfectamente claros los motivos por los que Cortés quiso escribir esa historia y no otra, y donde él mismo es cuestionado en su acción “heróica” y en colocar en su lugar a sus quinientos acompañantes, seguidores, subordinados, que según esto “democratiza” el accionar de las campañas de conquista como lo han querido glorificar muchos, pero no me deja de sonar en el oído el fuente oveju- na, pues si fueron todos entonces no hay una mano asesina a quien responsabili- zar de las matanzas de aquellas acciones conquistadoras y dominadoras. Acción “democratizadora” que tanto conviene a Cortés, ni siquiera sugerida por Duverger u otros, pero también a la corona de Espa- ña, al clero regular y secular o es la expre- sión ingenua de un soldado solitario que para reclamar lo propio tiene que hacerlo al cobijo de todo el ejercito que participo donde se diluye y luego recobra notorie- dad al hablar de su sola persona. Así, como se ve, siguen presentes muchas dudas, mucha falta de crítica ex- terna, pero también interna en esos dos ámbitos que ya he señalado de lo que po- dríamos llamar lo español y lo autóctono. Hasta hoy la Historia verdadera no es la mejor crónica de la conquista como han dicho muchos sabios y portentosos histo- riadores, sino la vocera oficial de la visión de los conquistadores que no perjudica o lastima en un ápice a los hombres que se vieron favorecidos en la conquista, sino que expresa y revela con lujo de detalle, hasta el hartazgo y la saciedad, los “ver- daderos” y “valederos” motivos por los cuales ese mundo no sólo fue conquista- do y sometido, sino también aniquilado, desaparecido y sujeto a la visión que los mismos conquistadores le impusieron a lo largo de tres siglos y que por desgracia sigue gozando de una insuperable salud entre los académicos más prestigiados de allende los océanos y de nuestras máxi- mas instituciones educativas.
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