Número 30
15 de muchachos de poca edad, y como tenía tantas diversidades de guisa- dos y de tantas cosas, no lo echába- mos de ver si era carne humana o de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papa- da, faisanes, perdices de la tierra, pa- jaritos de caña, y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra, que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto. Y así miramos en ello; más sé que ciertamente des- de que nuestro capitán le reprendía el sacrificio y comer de carne huma - na, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar. 2 Así pues, el primer documento que acabamos de referir y con fecha tan tem- prana como 1523, consagró en los escritos reales y por ende en las prácticas condu- centes de conquista y sometimiento, una visión-condena del mundo preexistente a los españoles y que por cierto hay de decir no era nada nueva, pues la había inaugurado Cristóbal Colón, quien desta- caba la existencia de caníbales por ahí o por allá, de tal suerte que la condena real no era más que una secuencia natural de aquella manera de proceder para legiti- mar la conquista y esclavitud de cientos de pueblos y comunidades que quedaban sujetas a esa “guerra justa” por tan abo- rrecibles crímenes contra Dios, y será lue- go, a los ciento diez años de aquel edicto y sus práctica condenatoria para pueblos y comunidades, que se publica la Historia Varadera…, (1632) que dicha obra termina siendo la confirmación secular y “desinte - resada” tanto de la visión-condena como de la práctica real conducente. La Historia verdadera… cobra así impor- tancia, porque de una u otra manera cierra un ciclo de poco más de cien años, donde independientemente de lo incidental, los reclamos a Gómara --por la exaltación a 2 Bernal Díaz del Castillo, Historia de la conquista de la Nueva Espa- ña , introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, editorial Porrúa, 1976, “Sepan Cuantos…” Núm. 5. Pág. 167 y la versión contras- tada de éste párrafo por Carmelo Sáenz de Santa María, en Historia ver- dadera de la conquista de la Nueva España , Madrid, Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, C.S.I.C., 1982, pág. 184. ultranza de Cortés y el desprecio de todos los demás conquistadores-- o a los reyes --por el escamoteo a las recompensas que daban lugar las hojas de servicio militar--, deja perfectamente establecido y con lujo de detalles los cientos de actos canibalescos y sus multitudinarias huellas, como el refe- rido en líneas anteriores y que terminaran coloreando y avalando los “verdaderos” y “valederos” motivos de la conquista. La parafernalia de la Historia verdade - ra desvía la atención de lo que considero es la esencia misma de esa Historia : la ex- hibición más alucinante de los supuestos motivos valederos y verdaderos de la con- quista, sometimiento y extinción a sangre y fuego de cientos y miles de comunidades por estar sujetas al reino de satanás. De eso no se dice mucho, lo dejan como existente y valedera toda la parafernalia que rodea a la Historia … tal y cual lo es, según el decir de infinidad de historiado - res: el escrito de un soldado empobrecido, viejo, sordo, casi ciego, lejos del lugar de sus hazañas y por si fuera poco casi analfa- beto, pero de prodigiosa memoria, que du- rante las campañas militares de conquista no sólo se distinguió por su valor, audacia, comprensión de las situaciones, intrepi- dez, sombra inseparable de Cortés, sin ser sentido y mucho menos molestado, a tal grado que su líder ni siquiera se ve en la necesidad de mencionarlo en sus escritos y, por lo cual resulta un “testigo privilegia- do” que además tiene la virtud de nunca es- tar en un conflicto con alguien en los mo - mentos mismos de las campañas militares, nunca buscando notoriedad momentánea, notoriedad que se guardaba para las horas de reposo en su vejez, con el propósito de escribir aquella “epopeya” –eufemismo del más grande holocausto en la historia de la humanidad, que sigue esperando su deve- lación total para terminar con el sarcasmo y el cinismo que desde entonces campea en nuestra “historia universal”— en donde encontrará la mejor recompensa a sus tra- bajos y penurias: el eterno buen recuerdo, no tanto por sus obras como por sus “glo- riosas letras”.
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