Número 29

26 vá más allá de los motivos tradicionales. Las figuras provenientes de la naturaleza, como las flores, los conejos o los venados, fueron enmarcando diversas facetas de la vida cotidiana campesina, de tal forma que entraron a figurar centralmente ese papel las bodas, las peleas de gallos, las activida- des del campo. Esta artesanía va hoy más allá en su cometido testimonial, fiel a la vocación na - rrativa de sus autores, incorporando ahora imágenes de procesos sociales actuales y en ello matices que reflejan una profunda sensibilidad de los artistas pictóricos del papel de corteza. Así, un ejemplo de ello es el cuadro que acompaña este texto gracias a la genero- sidad de Lilián González -La Frontera, de Pedro Celestino-, donde podemos apreciar una representación global del proceso mi- gratorio desde los campos de Guerrero has- ta las ciudades de arribo de los migrantes mexicanos en los Estados Unidos. La condición de abandono en que se encuentra la agricultura de subsistencia se ilustra en la figura del campesino que pos - trado en una piedra tiene la mirada baja, en los trabajos de acarreo del agua escasa, en la condición precaria de los campos sin cul- tivos y de las vacas flacas. La recolección misma no aporta mucho, y el río aparece contaminado, con las atarrayas a su vez va- cías y los pescadores abatidos. Del otro lado del río y de los cerros tampoco muy abundantes en plantas apa- rece una ciudad mestiza, donde destacan los vendedores de artesanías ofreciendo sus productos -sin mucho éxito- a posibles compradores cuya clase social y condición étnica es contrastante, por ejemplo, en el atuendo de la mujer de la ciudad y en el he- cho de portar consigo a una mascota con su collar y lazo. Con ello culmina la represen- tación de un pueblo carente de oportunida- des suficientes de subsistencia, donde ni la agricultura, ni la recolección, ni la ganade- ría, ni la pesca ni la producción artesanal permiten salir adelante sin migrar. Finalizado el territorio urbano y me- diando otros cerros más aparece entonces la representación de la carretera, del auto- bús, del avión, de la ciudad más grande, ya fronteriza, y del espacio liminal que ante- cede el peligroso paso de la frontera sin do- cumentos. Los excluidos se han agrupado, siguiendo, antes de su paso por la barrera, al “coyote”. El desierto tiene ya sus víboras y su aspereza, la dependencia respecto al coyote es definitiva en ese trance de la bús - queda de oportunidades. Agazapados del otro lado de la malla exclusora se encuen- tran las patrullas de la policía fronteriza de la cual hay que saber escapar. Y entonces aparecen los campos agrí- colas de aquellos territorios que le fueron arrebatados a México en 1847. Ahí están los parias que sin embargo con su denodado esfuerzo sostienen la producción agrope- cuaria en el país del norte. Su atuendo ha cambiado: ya son las gorras de beisbolista y tenis, más que los huaraches y sombreros lo que domina en los atuendos de aquellos que han logrado obtener un trabajo en la econo- mía extranjera cosechando sandías, coles, melones. Alineados en el borde de los cam- pos se encuentran las cajas que han de ser llevadas a los camiones, y luego, coronando el cuadro, aparecen los departamentos mo- dernos de las ciudades gabachas. Así las cosas. La corteza del árbol transformada en papel en la Sierra Norte de Puebla se carga de la realidad de la exclusión, de la preca- riedad selectiva, de la ausencia programa- da, de la inexistencia decretada. El Tratado de Libre Comercio, parido por el mismo ré- gimen que ahora está en el poder, ya tenía claramente previsto el incremento masivo de la migración hacia los Estados Unidos, como resultado del abandono programado de la economía agrícola de subsistencia. Esta modalidad de genocidio –como otras tantas- ya estaba calculada.

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