Número 28

16 del mismo pelaje, hay certeza en lo que hace años cantaba Fabrizio de Andr é: ¿Qu é puede un hombre comprender y compartir si no tiene nada de qué a vergonzarse? Dí as aciagos de dignidades en venta. De serviles legisladores votando a favor de su propia ignominia, y cuyo origen ameri- ta un detenido análisis, de seguro inc ó mo- do para todos, pues no somos ajenos a este fenó meno: que perdonen los animalitos, pero ¿ de d ónde salen tantas cucarachas? ¿ de qué ba surales? ¿ quiénes las manten- emos y toleramos? y, aproximadamente, ¿para qué? Dí as tórpidos, de aires grises, de men - tes cansadas, de simulaciones y disimulos. De cadáveres al descubierto, descubrién- do nos. De Mexican-made decapitaciones, filmadas y luego accesibles, difundidas en YouTube . D ías y noches de crueldad inau- dita, y de cinismo. De esp íritus acomoda- dos en serie, autocomplacientes, perdidos para siempre. Y sin embargo, esos mis - mos días, éstos mismos martes o sábados o jueves, éste hoy, en otras latitudes o en otros corazones, nada tienen de ominosos. Nacen seres, aparecen promesas serenas, la vida se alza todavía majestuosa y sonríe también por ahí y por allá. La entereza no es una modalidad de in - diferencia ni viene de afuera: es una terca disposici ón, subrepticia, profunda e inex - plicable, es disposici ón a seguir de pie. Si es preciso con muletas, o con el apoyo de otros y no solo, pero de pie. De pie hemos de estar, anacrónicos, plantados, utó pa- tas, firmes, aguzada la mirada y el o í do. Sin eludir lo que toca, sin dobleces. Las cicatrices nos hacen fibrosos, y hasta hay corazones fibrosos que, a pesar de m édicos y negocios farmac é uticos, siguen latiendo. Corazones insensatos que seguirán latien- do trastabillados, sin arrepentimientos. No faltaba m á s. Si no dio el ancho el motivo viviente o inerte del insensato empeño, si dominó al fin el c álculo o el ansia timorata de correcta salvaci ó n, o la buena concien- cia o la sana sensatez no importa: el fibroso coraz ó n seguirá en su sitio un rato m ás. Los desencuentros, incluso los no merecidos, forman parte de esta materia de cada día que hemos de amasar con irre- mediable inconsciencia y con remendable esperanza. Y eso –quisiera creerlo- no es resignaci ón vulgar sino dignidad. Somos más grandes que los desasosiegos. M ás que nuestros miedos, más grandes que la mise- ria que nos toca atestiguar. M ás grandes que nuestra propia miseria. M ás grandes que la indiferencia dictada por la cobard ía o por la castrante falta de imaginació n pro- pia de las almas pasmadas. Vamos m ás allá, marchando sobre los huesos de nuestros pies, impulsados por nuestros muertos que viven en nosotros. Me preguntan de pronto que a quién ad miro y no sé responder. Que me sonrojo co n la pregunta, me dicen. No s é respond- er porque mis admirados han muerto ya. Muertes categ ór icas y también ficticias, porque al final, lo sepamos o no, lo en - tendamos o no, dicen que somos uno y eso también quisiera creerlo. Hay vivos, vivos admirados desde mi escala infinites - imal, pero no se me presentan al instante. Aparecer án luego, cuando reparo en ello, horas, días despué s, tan entrañados están. Es así que a un extraño año correspon - de un fin de año extraño. Los brindis del Fabrizio De André. Fuente: sulatestagiannilannes.blogs- pot.com

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