Número 23

9 de los vestigios de Xochicalco en su “Gazeta de Lite - ratura”, en 1792. Sin temor a equivocarme, don José Antonio de Alzate y Ramírez, en este como en otros muchos ca - sos fue uno de los pioneros en la reivindicación del pasado prehispánico para enfrentarlo a los euro - peos, que en el contexto de aquellos años, debemos señalar, se solazaban en la denigración de lo ameri - cano y de sus habitantes, fuera cual fuere su género, especie, tiempo y circunstancias. Ciertamente Alzate no es el primero en reivin - dicar lo propio frente a los otros, los europeos, llá - mense ingleses, franceses, prusianos, españoles, etc. Ya antes similares reivindicaciones habían sido hechas de una u otra manera por Carlos de Sigüenza y Góngora, Juan José de Eguiara y Eguren y Mariano Fernández de Echeverría y Veytia; a través de mos - trar el primero, entre otras tantas manifestaciones y producciones originales, su suficiencia en el dominio de la Astronomía y las matemáticas enfrentadas y confrontadas con el padre Kino y con ello con el co - nocimiento que se tenía en Europa de la astronomía; el segundo, con la recuperación de las producciones literarias de los profesores de la Real y Pontificia Uni - versidad de la Ciudad de México, frente a la produc - ción literaria de Europa y el tercero, con el intento de una historia secular de los pueblos del altiplano central de la hoy República Mexicana, a través de los escritos de mestizos del siglo XVI. Como advertimos ya, ese espíritu reivindicativo de lo que se suponía como propio o se asumía como tal aun no siéndolo, era la natural respuesta a las de - nostaciones europeas de que por estos lares todo era y había sido un páramo o podredumbre en cualquier sentido. Ahí estriba una de las motivaciones más ele - mentales para ir confeccionando lo propio frente a los otros, cimentado en los pasados en sus distintas dimensiones, hasta llegar a la reivindicación de los monumentos de la antigüedad prehispánica como algo propio y genérico para los de este lado. Ese sería un camino que ya no tendría marcha atrás; testimonian el seguimiento de ese rumbo hombres de la talla de José Mariano Moziño, Antonio de León y Gama, Pedro José Márquez, Carlos María de Bustamante, Isidro Ignacio de Icaza, Isidro Rafael Gondra, Ignacio Ramírez, Alfredo Chavero, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Manuel Oroz - co y Berra, Leopoldo Batres, Antonio Peñafiel y mu - chísimos más, hasta alcanzar a Justo Sierra, quien al inaugurar el congreso de Americanistas en 1910 ex - presaba de manera clara lo que había sido esa línea reivindicativa de la que venimos tratando, al señalar a sus escuchas: Todo ese mundo precortesiano cuyos archivos monumentales venís a estudiar aquí, es nuestro, es nuestro pasado, nos lo hemos incorporado como un preámbulo que cimienta y explica nuestra verdade- ra historia nacional, la que data de la unión de con- quistados y conquistadores para fundar un pueblo mestizo que (permitidme esta muestra de patriótico orgullo) está adquiriendo el derecho de ser grande. Por eso, no sólo vemos con interés, sino con agrade- cimiento, todo esfuerzo por estudiar, por analizar y clasificar los restos de esas civilizaciones y traerlos, no sólo a la luz del día, sino a la luz de la ciencia” (Tomo V, pág. 431 Los resultados de la Revolución no aniquilaron aquella tradición, sino al contrario la impulsaron, pues en ella encontraba el mantenimiento y fortale - cimiento de un nacionalismo no exento de muchos abusos e inconsecuencias, pero que a fin de cuenta veía aquellos vestigios del pasado como instrumen - tos de conocimiento y símbolos de aprecio para las identidades locales, regionales o nacionales. Gracias a ello muchos monumentos y zonas ar - queológicas se han salvado de la destrucción, pero ahora, bajo perspectivas políticas plegadas a las de - mandas del capital trasnacional que exigen entre otras tantas cosas más para hinchar sus bolsillos, aniquilar las revisiones críticas del estudio de las his - torias; están exigiendo destruir esos instrumentos de reflexión, análisis y conocimiento de las historias precoloniales, que para decirlo de una vez no han sido agotadas ni cabalmente comprendidas. Se trata

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