Número 23

8 dores tanto mexicanos como extranjeros, poniendo el acento en las producciones historiográficas pasa - das y aun presentes. Otros lo han abordado desde posturas psicológicas, sociológicas o antropológicas, que como siempre responden a entramados concre - tos y a proyecciones específicas. Allí sus méritos y también sus limitaciones, pero siempre contribuyen - do a que la cuestión no permanezca estática, sino en constante movimiento, tal como lo hace la propia di - námica social en la que se inscriben dichos trabajos. Una nueva circunstancia hace poner en el tapete de la discusión los referentes identitarios. La minería a tajo abierto, explotación minera devas - tadora, depredadora y tóxica de tierras y territorios donde se encuentra oro microscópico y otros mine - rales requeridos por los nuevos procesos industriales de tecnologías llamadas de punta, requiere forzo - samente de desmontar y destruir literalmente por - ciones enormes de tierra y territorio que dejan sus cicatrices manifiestas sobre la superficie de la tierra en enormes oquedades o cráteres y generan deser - tificación de los territorios contiguos, con lo que no solo se adulteran los paisajes histórico-culturales, sino también y quizás más importante, afectan obje - tivamente las posibilidades reales de vida de los gru - pos humanos que sufrirán las consecuencias de ese tipo de explotación minera. Entre otras tantas paradojas que exhibe ese tipo de explotación minera, resulta la de aniquilar pre - cisamente los restos de la antigua minería colonial con todas sus implicaciones histórico-sociales. Por ejemplo, para los anales de nuestra historia, el deno - minado cerro San Pedro en San Luis Potosí, ya desa - pareció por obra y gracia de la minería a cielo o tajo abierto, aun siendo una mole inmensa –un cerro lite - ralmente-- que era parte emblemática de la historia colonial de ese estado y que por ello mismo llego a ser un elemento central del escudo que representa - ba primero aquel real, luego al ayuntamiento y final - mente al propio estado. Lo anterior demuestra que la minería a tajo abierto, no respeta nada de nada, con la complacencia de funcionarios y en ocasiones hasta de la ciudadanía, que ve en ese tipo de minería la manera de hacerse de escasos y pingües salarios. Actualmente algo similar podría ocurrir con los monumentos arqueológicos que se localizan en Xo - chicalco y sus tierras colindantes incluyendo el cerro del Jumil y el Jumilito. A ello nos oponemos no solo por el gusto de defender las evidencias de los pasa - do, como si se tratase de una acción de diletantes empecinados en una ocurrencia o impulsados por un prurito de novedad para cobrar notoriedad, sino por - que hay una historia que avala el estudio y natural defensa de la existencia de esas evidencias históricas de los pueblos originarios de nuestro continente, de - nominadas “monumentos arqueológicos”. La defensa en la preservación física y simbólica de esos monumentos no es nueva ni se debe exclu - sivamente a la Ley Federal sobre Monumentos y Zo - nas Arqueológicos, Artísticos e Históricos que data de 1972, sino que trae una larga historia de por lo menos más de dos siglos y que, justamente, quizá tenga uno de sus inicios en lo que hoy conocemos como zona arqueológica de Xochicalco. Razón sufi - ciente para oponernos a las pretensiones de la Mi - nera Esperanza Silver que a pesar del resolutivo de la Semarnat de inicios de junio de este año al parecer no ceden para llevar a cabo de explotación minera a cielo abierto en los terrenos, territorio y/o colindan - cias de Xochicalco. De lo escrito en las primeras páginas de este tra - bajo ahora añadimos que las construcciones identi - tarias son en primera instancia referentes construi - dos idealmente, soportados a menudo en “vestigios históricos” o en el redimensionamiento de los pasa - dos y sus manifestaciones materiales. Los cuales son reivindicados como antecedentes del pueblo o grupo que los enarbolan como propios, para diferenciarse y distinguirse de otros y así ir construyendo o recons - truyendo sus propios referentes identitarios. En ese sentido y para nuestra historia nacional es de destacarse la acción reivindicativa que hiciera el abad José Antonio de Alzate y Ramírez (1739-1799)

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